Madrid, Opinión

Je suis un déplorable. Je suis Donald Trump

Hace pocos días hacíamos votos por la victoria de Donald Trump, esperanzados, pero también preocupados ante la posibilidad de un resultado adverso, con o sin trampas. Los dioses parecen haber querido darnos, en estos tiempos turbulentos y cargados de peligros, un respiro, mejor aún, una esperanza. La elección de Trump tal vez sea la mejor noticia de la década. Que nada está escrito, nadie lo duda, y que los tiempos venideros nos confirmarán o no en nuestras ilusiones actuales, eso es una obviedad. Pero nadie nos va a aguar la fiesta, nadie puede ensombrecer el legítimo optimismo que ahora sentimos las mujeres y hombres de buena voluntad que vemos en este sorprendente resultado la confirmación de que nada está definitivamente perdido, que los pueblos todavía pueden tomar su destino en sus manos, que el Mal no tiene la partida ganada, que tal vez alguien por encima de nosotros escribe derecho en renglones torcidos, y aprieta pero no ahoga.

La elección de Donald Trump es una buena noticia por razones obvias: se aleja el espectro de una confrontación con Rusia a escala posiblemente nuclear, se acerca la posibilidad de una cooperación conjunta con Putin para acabar cuanto antes con el islamismo, en primer lugar con el Estado Islámico, que va a perder ahora a sus principales valedores: los EEUU de Obama y la señora Clinton, que sólo sueña con guerras y destrucción. La victoria de Trump va a insuflar esperanzas y energías a otros políticos y dirigentes como él, y a movimientos como el que él representa: patriotismo, identidad, control efectivo de las fronteras, defensa de los intereses del pueblo, restablecimiento de la solidaridad y la preferencia nacionales, retorno a ciertas formas decentes de espiritualidad, etc…

Hoy es un día aciago para los Soros, los Rothschild, los Rockefeller, los Goldman Sachs, los Lehman, Khun y Loebs y demás Warburg y Lazards, en fin todos esos filantrópicos amigos del género humano y de la dieta mediterránea. Un día para llorar para todos esos artistas degenerados, para Hollywood entero, para todas esas mafias de la comunicación, de la prensa y del gran dinero, para la Colau, Pedro Sánchez (otro gafe como su predecesor), los podemitas, y todo el resto del elenco de saltimbanquis sin oficio ni beneficio que pululan por aquí.

Cuando Obama llegó a la presidencia había unos 38 millones de pobres en los EEUU. Hoy éstos son 46 millones. Está claro que su paso por la Casa Blanca no deja un balance muy positivo. Eso es en el orden interno. En el ámbito externo ha llevado a cabo (o las ha continuado) varias guerras de destrucción masiva (que le pregunten a los libios, los iraquíes y los sirios, por ejemplo), con países destruidos de arriba a abajo, con cientos de miles de muertos y millones de vidas destrozadas. Ha apoyado y armado al terrorismo yihadista, ha creado de la A a la Z al Estado Islámico. Ha apoyado a los criminales ucranianos en su golpe de Estado y su brutal represión de los rusos del Donbass. Y otras cosas del mismo género y calibre. ¡Menos mal que es un Premio Nobel de la Paz! Pero los progres, los humanitarios, los bienpensantes de todo pelaje, todos babeando de ternura por el «primer presidente negro de EE.UU», como si la pigmentación de su epidermis fuera mérito suficiente para pasar a la Historia. La arpía Clinton ha querido recoger el testigo y seguir por esa mala senda, completar esos terribles planes que tienen en la agenda los que mandan de verdad. El pueblo norteamericano le ha frenado los pies. Es un momento histórico.

Sea cual sea la política que llevará a cabo Trump (que sin duda tendrá que adecuar ahora su discurso al difícil terreno de las realidades), ésta será, sin sospecha de duda, mucho mejor que los monstruosos planes de la Clinton, a las órdenes y sueldo de sus  amos. Con Trump todas las esperanzas están abiertas. Podemos ir hacia una nueva era en las relaciones internacionales basadas en el entendimiento y la cooperación entre las grandes naciones de la tierra. Con Clinton iba a ser más de lo mismo: golpes de Estado, guerras de destrucción masiva, aniquilamiento de pueblos enteros, revoluciones prefabricadas, derramamientos gigantescos de sangre, el caos a nivel planetario para beneficio de quienes sabemos. La Humanidad puede celebrar este día como un gran día. Ojalá que podamos decir alguna vez que estas elecciones marcaron un antes y un después. 

Durante la campaña electoral, Clinton (de la misma cuerda que la bruja Carmena y similares) trató a los seguidores de Trump de gente deplorable (racistas, xenófobos, misóginos, etc….). Los partidarios del candidato republicano recogieron el guante e hicieron una versión del tema de la película musical «Los miserables» (2012), conservando el texto y poniendo otras imágenes. Es el himno de la campaña de Donald Trump.

Je suis un déplorable. Je suis Donald Trump.

13 noviembre, 2016

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