Cultura y Ocio, Madrid

La cuna del arte

Tal y como cualquier aficionado a la fiesta sabe, el toro bravo es el eje de la misma. Sin toro, no hay fiesta. Pero es preciso dilucidar los motivos que preceden a tal afirmación acudiendo a la génesis, al genuino albor; esto es, el campo.

Desde luego, no hay cosa más ridícula pero a la vez nociva, que un progre. Si en su familia hay alguno, tiene usted un amigo, un compañero o una novia progre, sáquelo de su vida de forma inmediata porque además de ser pesadísimos y absorber una insaciable cuota de energía vital del que le toca aguantarlos, son sencillamente estúpidos.

Esta diatriba no es gratuita, ni tampoco ambiciona el emplear como instrumento el mundo del toro para dar lija a esa fétida turba que es la progresía y la clase naif en España.

No puedo pasar por alto el soberbio reportaje emitido por Tendido Cero el pasado sábado, donde un ingeniero agrónomo (no aficionado a los toros, por cierto) explicaba las pertinaces amenazas que sufre la dehesa. La cabaña brava española es extraordinariamente singular, no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo. Su principal exponente, que es la dehesa, una formación agreste irregular que se caracteriza por la vasta diversidad en la fauna (incluyendo especies endémicas como el águila perdicera, el águila culebrera o el lince), así como en la flora, teniendo prerrogativa posición la encina y el alcornoque.

 ¿Y donde queda el toro de lidia entonces? Pues sencillamente, es el guardián de la dehesa. Vamos a seguir la siguiente secuencia: sabemos que el toro de lidia como lo concebimos en la actualidad, es la evolución genética del Uro, que tuvo una enorme proliferación en Europa Occidental hasta el siglo XVIII y que además era el animal totémico de muchos pueblos y regiones del viejo continente. Si el toro bravo no tiene función alguna más allá que la lidia y si por ende, dejan de existir las corridas y festejos populares que implican la presencia del toro, la dehesa desaparece. Esto se explica básicamente porque el abundante ganado bovino que pasta en nuestros campos, como puede ser el retinto, es extremadamente perjudicial para pervivencia de la encina y además presenta innumerables inconvenientes a la de hora de convivir en un mismo ecosistema con otras especies, no ocurriendo así con la res brava.

La única especie que asegura el modelo de explotación de la dehesa -a propósito, un modelo no intensivo- es el toro bravo. Si las peroratas animalistas, antitaurinas, ecologistas o como cojones se quieran llamar encuentran respaldo, la desertización y destrucción de la dehesa será indefectiblemente cierta. Naturalmente, esto es algo que por su mendicidad intelectual y condición de analfabetos, ignoran.

Pedro J. Yera Molino

Cronista taurino

29 enero, 2017

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