Madrid, Opinión

Prueba de Educación: examen a España en 2017

Ese cada vez más extraño lujo de la buena educación tiene oportunidad de ponerse de manifiesto en los comportamientos con respecto al tráfico rodado, cada día que pasa más improcedentes y así por más gente practicados.

A pesar de las duras sanciones cada vez también se respetan menos las señales y espacios reservados para discapacitados. La falta de consideración a los demás es casi una norma general; se ensordece al que circula por delante con  prohibidos e impacientes bocinazos; se va buscando lugar de aparcamiento con desesperante lentitud y sin tener en cuenta para nada a los que por detrás se van apelotonando; la misma lentitud con que tantos se acercan a los semáforos abiertos, acelerando con mala uva para pasar tan solo ellos y poner a prueba la paciencia a retaguardia.

Y qué decir de los aparcamientos, lentos y repetitivos, sobre todo si se trata de mujeres -perdóneme el exceso feminista – hasta la desesperación de los que esperan.

Tanta exigencia como prolifera para el ejercicio de cualquier prestación, hay dos fundamentales para las que todo el mundo cree servir y que se terminan ejerciendo solo empeñándose en ello: ser padres y conducir. ¿No creen ustedes que debería existir norma para lo primero y ser más exigentes para lo segundo? La sociedad se libraría de tantos padres/madres insensatos e irresponsables y como consecuencia funestos progenitores y peores gorrones de todo su entorno; como se vería libre de tanto conductor/a torpe, principalmente por falta de práctica y miedo; esos/esas aferrados a los volantes como si de salvavidas se tratara.

La plaga de los malos taxistas, tan excesivamente numerosos y muchos mal preparados para ejercer su oficio, al menos en el sufrido Madrid, que, lejos de circular por su reservado carril, se dedican a ocupar todos, marchando con sus verdes lucecitas de «libre» desesperada y desconsideradamente despacio a la espera de cliente y reventando al conductor que si se motoriza es porque tiene prisa.

Por no hablar de los abusos de carga y descarga, fuera de sus áreas reservadas, en segunda fila e incluso cortando calles y a cualquier hora. Parece como si el trabajo lo justificase todo.

En ningún otro episodio de tráfico se pone más de manifiesto la buena o mala educación del individuo como en los pasos de cebra. Tantas cosas como la autoridad de trafico explica o recomienda, no tanto para evitar accidentes e incidentes como para satisfacer su furia recaudatoria, podría recordar a peatones y conductores que esos pasos son una señal de cortesía y no una obligación absoluta. Cierto que en ellos tiene preferencia el peatón, pero preferencia no significa imposición en toda circunstancia. Y hay muchas en las que el peatón puede y debe esperar, y no lanzarse a pasar sin mirar, como si de un semáforo se tratara, o charlando o entontecidos con el maldito móvil. Y nada digamos de la actitud del peatón, siempre pronto a increpar al conductor que no respeta el paso, e indiferente a agradecer que se le permita aunque la circunstancia le sea desfavorable.

Y para que molestarse en quejarse del afán retribuido multador de los agentes de movilidad y de estacionamiento regulado municipales, carentes de la menor consideración y confundiendo tantas veces la obligación perentoria de detenerse unos minutos en segunda  fila, sin parar el motor, con los intermitentes puestos y el conductor dentro, con el sancionable estacionamiento prolongado en doble fila. Los malditos cochecitos fotografiadores y los motoristas de última hornada, empapelan y empapelan sin piedad a nuestros bolsillos, sin preguntar ni avisar a las víctimas.

13 febrero, 2017

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