Opinión

Erdogan desafía y amenaza a Europa

A raíz de la anulación de varios mítines que pensaban dar algunos ministros turcos en Holanda y en Alemania ante inmigrantes de esa nacionalidad, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan,  ha amenazado a los europeos con el terror que van a padecer a manos de los musulmanes (¿quiénes otros, si no?). «Si Europa sigue por este camino, no habrá un solo europeo en el mundo que pueda caminar seguro por las calles«, ha dicho, y ha dado a entender que puede desencadenar la «guerra santa» (la yihad, ¿nos suena?) en Europa, y de paso ha pedido a sus compatriotas que tengan por lo menos 5 hijos para garantizar pronto la conquista del continente.

Ceder al chantaje o a la intimidación no es nunca una buena política y no garantiza ni la paz ni la seguridad. Los que piensan que ceder al chantajista es una opción válida se dan pronto cuenta que en realidad éste triunfa, los desprecia y los humilla.

El neo sultán de Ankara ha perdido su sangre fría y se ha quitado la careta. Ha vociferado y eructado groseramente sus insultos contra Holanda y Alemania, que han tenido el buen tino de prohibir algunos mítines previstos para movilizar a los turcos residentes en ambos países en favor de la reforma constitucional que debe completar el control total de Erdogan sobre los resortes del poder.

Una «democracia islámica» abiertamente conquistadora se está instalando a nuestras puertas, y considera a los Estados europeos como cosa insignificante, simples áreas de intimidación al alcance de la megalomanía de su jefe a través de la instrumentalización de las comunidades inmigradas transformadas en armas políticas al servicio del gran proyecto sultanesco.

Mientras tanto, los europeos, plácidos, autocomplacientes, inconscientes, confiados en el porvenir, siguen manteniendo estúpidamente con Turquía un «diálogo» (que les ha costado ya miles de millones de euros) sobre su eventual adhesión a la UE y una «cooperación migratoria» que Erdogan amenaza con romper en todo momento si no se le concede todos su peligrosos caprichos.

¿Cómo es que una agresión turca de esta naturaleza y calibre, tan repentina como insultante, ha sido posible en el corazón de Europa, en su mismo centro político y económico que es Alemania? Pues porque Europa es débil, se encuentra dividida y asustada por la presión migratoria que angustia a sus pueblos y amenaza la estabilidad de sus naciones. Europa niega esta realidad y prefiere pagar el precio creciente de su insondable ingenuidad e inconsciencia.

Frente a la cobardía y debilidad europeas, el presidente turco demuestra que no considera a Europa más que como un espacio abierto en el cual unas naciones moribundas están perdiendo su identidad y se niegan a ellas mismas, un territorio en el que se permite hablar y dirigir a sus ciudadanos inmigrantes que son sus soldados en Europa en su estrategia global de influencia.

Está claro que las continuas bajadas de pantalones de los europeos frente a las exigencias y chantajes turcos no se limitan ya a la mansedumbre ante la avalancha migratoria del verano de 2015 y a la generosa llamada de la canciller Merkel para acoger a todos lo «refugiados». Esta postura de apertura total pronto demostró ser un terrible error y una vez pasados los primeros entusiasmos hemos visto como el mismo poder de la canciller Merkel se ha fragilizado por esa absurda y demencial política con la que pretendía encabezar la cruzada de los corazones frente al drama sirio.

La debilidad, el laxismo y la ceguera no hacen una política. Y nada de eso puede llevar a la paz ni al sosiego. Erdogan se aprovecha de la cobardía y los complejos de unos dirigentes europeos que han perdido el control de sus políticas insensatas. Los fallos de la deficiente aclimatación de las poblaciones musulmanas a nuestras leyes, valores y prácticas democráticas se han convertido en abismos ante nuestros pies y auguran enfrentamientos gravísimos cuando, demasiado tarde en todo caso, se decida responder con firmeza a una enésima provocación insoportable.

El presidente Erdogan ataca una Europa que le teme y que piensa que lo necesita para contener las masas de inmigrantes que esperan entrar en un continente que no se atreve a tratarlos como indeseables por miedo a traicionar sus generosos principios. Y sin embargo, estos generosos principios se han convertido en peligrosas quimeras en el contexto actual del enfrentamiento civilizacional que llevan a cabo grupos ultraviolentos apoyados por Estados que han desechado la convivencia para practicar la ingerencia agresiva. El neo sultán, que quiere concentrar en sus manos todos los poderes constitucionales como consecuencia de un referendúm que no puede perder, será el amo absoluto de un país en plena crisis económica y cuyas ambiciones geopolíticas son cada día más claras y agresivas, y se ven comprometidas además por un cierto acercamiento entre rusos y norteamericanos en Siria (más que en los pasillos del Pentágono o incluso del Congreso).

Si Erdogan enseña los colmillos, es también porque se encuentra en una posición de relativa debilidad estratégica en un juego mucho más amplio que su sola relación con los europeos. En esa óptica no es descarable que Erdogan juegue la carta de la movilización de su «ejército» de varios millones de turcos en territorio europeo. Es lo que ha insinuado cuando ha dicho que Holanda tiene 40.000 soldados y él tiene 400.000 (ciudadanos turcos) en Holanda. No se le puede reprochar que disimule hipócritamente sus intenciones. La amenaza es clara.

La situación es grave. Las relaciones europeas con Turquía deben ser replanteadas. La UE lleva demasiado tiempo en el camino equivocado y sus posiciones dogmáticas e ineficaces la han situado fuera del juego de los acontecimientos que se desarrollan tanto en Oriente Medio como en territorio europeo, convertido en patio trasero de los conflictos medioorientales. Europa debe adoptar una política extranjera digna de ese nombre y hacer oir su voz de nuevo en la escena del mundo. Europa sigue siendo a pesar de todo una potencia, pero se comporta como una entidad de tercera categoría, errática, ineficaz y contraproducente: crea más conflictos que los que resuelve. Se impone una reacción de lucidez y de pragmatismo para hacer frente a las infamantes vociferaciones del presidente Erdogan. Es hora de que los europeos rechacen la intimidación y el chantaje turcos y expresen unánimemente su solidaridad intereuropea y decidan cerrar inmediatamente este proceso de adhesión que se ha convertido en inconcebible, incluso a muy largo plazo. Seguir con ese diálogo no es más que un engaño, pone en evidencia nuestra debilidad política y cultural y demuestra dramáticamente como los políticos europeos se encuentran a contracorriente de las grandes cuestiones civilizacionales e identitarias.

Hay que dejar de una vez de negar estas realidades para estructurarlas en provecho de la convivencia pacífica y respetuosa de las naciones y asegurar nuestro lugar en un mundo cada día más inestable y amenazador. En los próximos años/décadas nos veremos llamados a actuar en unos escenarios de enorme complejidad y violencia. Habrá que luchar o someterse, vencer o perecer. En el mundo que viene no habrá lugar para los débiles. Las personas y las naciones pusilánimes están destinadas a ser víctimas y esclavas.

«Sobre la gran balanza de la fortuna, raramente se detiene el fiel; debes subir o bajar; debes dominar y ganar o servir y perder, sufrir o triunfar; ser yunque o martillo«.  (Johann W. Goethe)

YOLANDA COUCEIRO MORÍN
27 marzo, 2017

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