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‘La Marañosa’ o por qué España es referencia internacional en innovación militar y desarrollo tecnológico

 

Javier Cordero / Alfonso Merlos

 

 

Es el mayor centro de investigación, desarrollo tecnológico e innovación militar de España, y es referencia a nivel internacional. El 16 de febrero de 2011 el Príncipe de Asturias inauguraba el INSTITUTO TECNOLÓGICO LA MARAÑOSA. Al acto asistieron la Ministras de Ciencia y Tecnología, Cristina Garmendia, y la de Defensa, la difunta Carme Chacón. Se encuentra en el madrileño término municipal de San Martín de la Vega y en aquella ocasión Felipe fue obsequiado con un ABC, ya amarillento, del 15 de febrero de 1972, que recogía la visita de su padre, entonces Príncipe de España, a la Fábrica Nacional de La Marañosa.

Aquel establecimiento, de material bélico, había sido derruido en 2004 y 2005 para levantarse sobre su solar el Centro Tecnológico actual, que cuenta con once edificios que ocupan 44.000 m2, 138 laboratorios y una plantilla de personal militar y civil de setecientos efectivos.

‘La Marañosa’ es el producto de la transformación de seis antiguos centros tecnológicos de la Dirección General de Armamento y Material: el Taller de Precisión y Centro Electrotécnico de Artillería, TPYCEA; la Fábrica Nacional de La Marañosa, FNM; el Centro de Ensayos de Torregorda, CET; el Polígono de Experiencias de Carabanchel, PEC; el Centro de Investigación y Desarrollo de la Armada, CIDA; y el Laboratorio Químico Central de Armamento, LQCA.

Los intentos de integrar todos los centros tecnológicos en uno no era nuevo. Lo que va a impulsar de forma definitiva este proceso es la creación, en 1998, de un grupo de reflexión para el Plan Director de Investigación y Desarrollo, que constató la necesidad de racionalizar los recursos de la Dirección General de Armamento y Material del Ministerio de Defensa que dará lugar, tres años después, a la Directiva 0168/2001, que en uno de sus párrafos ya se adelanta a lo que ocurriría 10 años después:

“Superar esta situación exige redefinir sus misiones, determinar las áreas tecnológicas a cubrir, concebir una estructura orgánica lo más sencilla posible, determinar el personal, la infraestructura y el equipamiento necesario y por último poner en práctica las actividades concretas que se deriven de todo lo anterior (construcción de la infraestructura necesaria, adaptaciones orgánicas, cierres y traslados)”

En los años siguientes se trabajó para alcanzar los objetivos marcados por la Directiva, delimitándose las futuras misiones del centro: 1) asesorar técnicamente al Ministerio de Defensa en temas de armamento, material y equipos con arreglo a sus capacidades; 2) realizar evaluaciones, ensayos y pruebas de armamento, material y equipos de las Fuerzas Armadas; 3) participar en el sistema de observación tecnológica del Ministerio de Defensa; 4) dirigir técnicamente los proyectos de investigación y desarrollo que se le asignen y asumir la ejecución, total o parcial, de los que expresamente se le encomienden; 5) realizar las actividades de metrología y calibración que le correspondan; y 6) apoyar técnicamente, cuando se le ordene y en las condiciones que se establezcan, a los restantes ministerios y a otras organizaciones públicas y privadas.

¿De dónde venimos? Un pedregoso camino jalonado de vicisitudes

Recién acabada la Primera Gran Guerra, el Rey Alfonso XIII planteó en 1920, al Ministro de la Guerra, la necesidad de contar con capacidad de fabricación de armas químicas y del correspondiente equipo de protección individual, pues temía que hubiese que recurrir a estos en las guerras del norte de África, cuyo final se antojaba incierto.

Así, el 16 de agosto de 1921 el Consejo de Ministros destinó 14 millones de pesetas para la instalación de una nueva fábrica para satisfacer las necesidades manifestadas por la Corona. Por discreción se encargó la tarea al “museo de artillería”. Nació así la Fábrica Nacional de Productos Químicos, para cuya localización deberían cumplirse una serie de condiciones: situarse cerca de un río capaz de proporcionar un caudal mínimo constante de 60 litros por segundo; disponer en las proximidades de una estación de vía férrea; ubicarse en una zona no habitada de 6 x 7 km; carecer de cultivos; estar centrado en la península para que el transporte de las materias primas no resultase oneroso; y alejado de costas y fronteras, dada la posibilidad de conflictos vecinales o desembarcos.

Tras visitarse diversas ubicaciones se elige la finca de ‘La Marañosa’, situada a unos 30 km al sureste de Madrid y que con una superficie de 700 hectáreas fue adquirida por 180.000 pesetas. Tras la compra de los terrenos se desaloja un campo de lanzamiento de veleros para vuelo sin motor y se instalan bombas que, aprovechando el caudal del río Jarama, elevan el agua hasta un depósito que facilita su distribución posterior por gravedad. Se inician las obras de un ferrocarril de vía estrecha que nunca llegó a circular, y se busca un suministrador que aporte la tecnología necesaria; en este caso, una empresa alemana.

Transcurridos ocho años desde el pistoletazo inicial, hacia 1928, aún no se había producido ni un gramo de producto final. Se sucedían las pruebas sobre lotes piloto pero, o no se conseguía la pureza requerida o fallaban los agitadores, o un reactor se recalentaba… en fin, los problemas asociados a un proyecto sumamente ambicioso y de escaso apoyo institucional y económico.

No consta en las actas de la planta que se fabricasen cantidades significativas de agresivos químicos, salvo los lotes de prueba. Lo que sí parece cierto es que ‘La Marañosa’ proporcionó materias primas para la fabricación de ingenios con carga química a las unidades del norte de África, aunque su empleo, si es que lo hubo, debió de  ser escaso y de bajo efecto.

El 19 de julio de 1936 un grupo de milicianos se presentó en la Fábrica de La Marañosa para que se les entregara el mando. El Teniente Coronel de Artillería, Rafael Azuela Guerra, Jefe Accidental, se negó argumentando que no había recibido orden alguna, y que solo lo entregaría cuando la recibiese. Al día siguiente, 20 de julio, se desplazó al Ministerio de la Guerra en Madrid, donde le confirmaron que debía entregar el mando, algo que obedeció de inmediato. Tanto el Teniente Coronel como otros de los destinados en la fábrica fueron juzgados y absueltos por el delito de desobediencia días después. Pero en el juicio se les requirió adhesión inquebrantable a la República y todo aquel que se negó o dudó fue recluido en la cárcel modelo a la espera de nuevo juicio por traición: todos ellos terminaron fusilados en octubre de aquel mismo año, unos en las inmediaciones del Castillo de Aldovea y otros en Paracuellos del Jarama.

En mayo de 1937, ante el avance hacia Madrid del Ejército sublevado, la fábrica se traslada a Concentaina, donde permanecerá hasta el final de la guerra con baja actividad. El mismo 1937 se organiza una fábrica de fosgeno, gas lacrimógeno y detectores de gas en Cortes (Navarra). Con el final de la Guerra Civil, todos los medios de producción se concentran nuevamente en ‘La Marañosa’, donde en 1941 se creará el Centro de Defensa Química. En los años 70 se crearán los Departamentos de Química y de Artificios y Municiones Especiales, y en los 90 el Departamento de Defensa NBQ. En el campo de la Defensa Química, cabe destacar el diseño y fabricación de la máscara de protección NBQ, modelo M6-87, que estuvo en dotación en el ejército español durante más de 20 años.

Una realidad consolidada: prestigio acreditado y excelencia reconocida

Hoy al frente del INSTITUTO TECNOLÓGICO DE LA MARAÑOSA se encuentra, de forma simultánea, un militar, un ingeniero y un científico, posiblemente por este orden. Se trata del General de División D. Manfredo Monforte Moreno, del Cuerpo de Ingenieros Politécnicos, referente internacional en estas materias.

El General Manfredo Monforte, doctor Ingeniero de Armamento Cum Laude por el Departamento de Electrónica de la Escuela Politécnica Superior del Ejército, procede del Arma de Artillería del Ejército, graduándose como oficial en la Academia General Militar de Zaragoza en el año 1979. Es Award a la Excelencia Académica por la University of Houston y especialista OTAN en Programas de Adquisición. Cuenta con un Máster en Dirección TIC, realizado en la UPM de Madrid y un Master EMBA por la University of Houston.

Nos cuenta el General Monforte que “están en marcha diferentes proyectos de I+D+I, tres de ellos financiados por el programa Horizon 2020, el mayor programa de investigación e innovación de la Unión Europea, con casi 80.000 millones de euros para el periodo 2014-2020”. También aclara que “la fabricación de armas químicas está hoy muy controlada por la OPAQ, ORGANIZACIÓN PARA LA FABRICACIÓN DE ARMAS QUÍMICAS y que las ‘informaciones’ sensacionalistas  y distorsionadas que en algún momento se han lanzado, de forma indocumentada, relativas a la actividad del Instituto Tecnológico son consecuencia simplemente del desconocimiento”. Afirma además que es verdad que la OPAQ ha avanzado mucho en el control de las materias primas y la destrucción de los arsenales y depósitos, “aunque sigue habiendo denuncias, como fue la del verano de 2016 sobre el uso de cloro en Siria”.

En ‘La Marañosa’, además de contar con grandes profesionales, se dispone de un Laboratorio de Verificación de Armas Químicas, designado por la ONU, que es uno de los 19 designados por la OPAQ, y el único de habla hispana. Por esta razón se le ha encargado la formación de los científicos de Latinoamérica y Caribe, en cuanto a legislación y procedimientos técnicos de análisis y síntesis en materia de agresivos químicos y sustancias relacionadas.

El laboratorio, con su equipo de personal altamente cualificado, está preparado para abordar los nuevos retos que continuamente plantea la OPAQ, como es el caso de incrementar las capacidades, hasta ahora sobre muestras medioambientales, a muestras biomédicas, algo que supondrá una profunda transformación en cuanto a equipos y métodos de trabajo. Para ello seguirá contando con la inestimable colaboración del Departamento de Química Orgánica de la Universidad Complutense de Madrid y el apoyo continuo de la Autoridad Nacional para la Prohibición de las Armas Químicas (ANPAQ).

El futuro del Instituto Tecnológico y las sombrías amenazas de Internet

A nuestro pesar, el conocimiento científico de los químicos no siempre ha estado al servicio del bien común o del interés de los Estados, siendo Internet una poderosa herramienta para el Bien y para el Mal. Hoy circulan, por la “red oscura” recetas para la fabricación de sustancias de todo tipo y compuestos explosivos fabricados con reactivos disponibles en droguerías y farmacias.

Tal es el caso del explosivo que carga los cinturones de los suicidas cuyas acciones conmovieron los cimientos de París y Bruselas a principios de 2016: la denominada Peroxiacetona o triperóxido de triacetona (TATP), que se fabrica a base de determinados productos de fácil acceso: el resultado es un explosivo un 60% más potente que la trilita (TNT), pero sumamente inestable ya que resulta sensible a la chispa, al golpe y al roce.

Hoy se fabrican en ‘La Marañosa’ pequeñas cantidades de este tipo de explosivo y de otros muchos con el fin de adiestrar a las unidades cinológicas de las Fuerzas Armadas y de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, contribuyendo con ello al incremento de la seguridad general de nuestros conciudadanos.

Además de estas actuaciones, se trabaja en el desarrollo de nuevos sistemas de detección electrónica remota, tanto de agentes químicos como biológicos, y en la mejora de los Equipos de Protección Individual y de descontaminación, algo que precisa del concurso de la industria y las universidades.

Es un hecho que muchos de los avances de la química moderna han sido impulsados por las necesidades de los ejércitos y la guerra. Los químicos han trabajado contrarreloj durante las contiendas para mejorar las capacidades propias frente a las del enemigo, tanto en cuanto a la ofensa como a la defensa. En muchos casos el resultado de la investigación y el desarrollo no nos hace sentirnos orgullosos, pero los avances han quedado y su aprovechamiento en el ámbito externo a la Defensa ha supuesto en muchos casos mejoras inesperadas para las sociedades modernas. Basta como ejemplo citar el desarrollo de propulsores sólidos, lo que ha permitido lanzar constelaciones de satélites artificiales y disfrutar de sistemas como GPS (Global Positioning System): química y defensa han aportado múltiples ejemplos de sinergia.

Las actividades que se desarrollan en el centro son múltiples; abarcan desde la evaluación y ensayos con armas y municiones hasta la simulación de situaciones bélicas. Allí se entrenan los vigilantes que van a bordo de los buques pesqueros españoles que operan en el Índico, o los Tedax, donde hacen sus prácticas de desactivación de explosivos. También se estudian los efectos de los explosivos improvisados; se investiga cómo mejorar el camuflaje; se analizan los agentes empleados en la guerra química…

En definitiva, a pesar de las sistemáticas restricciones y limitaciones en los presupuestos de Defensa (que condicionan ejercicio tras ejercicio las actividades y el quehacer diario de nuestros militares), los españoles tenemos motivos para sentirnos más que orgullosos de la visión y misión desplegada en ‘La Marañosa’; en gran medida por la dedicación constante, la alta cualificación profesional y el palpable patriotismo de los militares y civiles que allí trabajan cada día por una España más segura y mejor.

12 agosto, 2017

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