Opinión

Welcome Refugees: La emoción como política de estado

En Europa rige actualmente el imperio de la emoción, debidamente fomentado por los grandes medios. A falta de políticas de Estado coherentes y benéficas para los pueblos, los gobiernos de muchos países europeos ceden a la presión de una avalancha migratoria sin precedentes. Y la única explicación que dan a sus ciudadanos para llevar acabo tales despropósitos es el recurso ininterrumpido a la emoción. Como apelar a la razón sería totalmente ineficaz, vista la magnitud y gravedad de la rueda de molino con la que se quiere hacer comulgar a los pueblos europeos, se recurre al sentimentalismo, a la sensiblería.

La foto de Aylan, el niño sirio ahogado en la playa turca de Bodrum, fue uno de los detonantes de lo que se ha dado en llamar la «dictadura de la emoción», que intenta forzar mediante lágrimas e indignación las últimas resistencias basadas en la razón ante esta invasión que se está llevando por delante miles de años de civilización europea.

El precio de esa foto, fue la apertura de las fronteras de Europa a cerca de 1.500.000 de «refugiados» sirios, muchos de los cuales eran en realidad, afganos, somalíes, sudaneses, pakistaníes, etc… Desde entonces la llegada de esos candidatos al «paraíso europeo» no se ha detenido, a pesar de las trabas que han empezado a erigirse en varios países del centro de Europa.

La idea del reparto de cientos de miles de estos llamados refugiados entre los países de la Unión Europea está estancado, de momento. Cuatro países de Europa Central, República Checa, Eslovaquia, Hungría y Polonia se oponen a este reparto obligatorio. Las victorias, hace pocas fechas en Austria y República Checa, de los partidos anti inmigración nos da el tono general de una Europa que empieza a preocuparse en serio por esta invasión sin precedentes de poblaciones extrañas a su cultura.

España, para ser diferente, no sólo no se opone sino que reclama a voz en grito «refugiados». Lo hemos visto no hace mucho en Barcelona y en otras ciudades de este «país de países», como algunos definen ahora a España. Pero si España parece haber cambiado de nombre, sigue al parecer con su vocación de ser «diferente». O sea a contracorriente de la tendencia general a su alrededor.

España no tiene ni para pagar las pensiones, la crisis catalana puede pasar una factura que haga entrar a esa región en recesión y que afecte al conjunto de España, y el gobierno se permite el lujo de recibir hace apenas una semana (26/10/2017) a 194 nuevos «refugiados», cuando lo que deberían hacer estos es volver a sus casas, puesto que sólo queda en manos de los fanáticos del Estado Islámico el 10% del territorio sirio.

Desde septiembre de 2015, España ha recibido, por el capricho del gobierno y la imposición de Bruselas, 2.190 «refugiados» musulmanes, a gastos pagados. ¿Qué gana España y los españoles con eso? Es un misterio envuelto en un enigma. O no.

Pero para la mayoría de la gente, lo que dicen los grandes medios (extrañamente de acuerdo en este punto) es la Biblia en arameo. La necesidad de sentirse buenos, generosos y solidarios (con los ajenos antes que con los propios, por cierto) prima sobre el simple sentido común. Una vez que la propaganda ha calado en las personas, la ideología sustituye a la realidad. Saturados de esa Verdad, que le sirven en dosis diarias los medios, los afectados ya no distinguen la noche del día y toda acción o palabra encaminada a sacarlos de esa distorsión de la realidad es sentida como una blasfemia, como una herejía, como una locura, como un crimen.

Miles de personas se hacinan en las fronteras internas de Europa. Otros sueñan desde sus campamentos del Líbano, Turquía, Jordania o Libia con llegar también a Europa. Las imágenes, convenientemente aderezadas con todos los condimentos del drama y la sensiblería, de niños, ancianos, mujeres y hombres desesperados, bañados en polvo, barro y lágrimas, van a seguir alimentando la emoción de muchos europeos.

Que unos ciudadanos se conmuevan y saquen de sus armarios las camisas y pantalones que ya no les sirven, para ofrecérselos a gente supuestamente necesitada es algo que podemos comprender, pero que los gobiernos caigan en el mismo reflejo parece algo más que ingenuo. Europa no puede dar refugio a los millones de personas que se agolpan ante sus puertas. A los políticos no se les puede pedir la resolución automática de todos los problemas. Pero, al menos, se les debe exigir que sus decisiones no supongan la creación de más problemas para sus pueblos. De momento es lo que hacen: crear problemas donde antes no los había.

Yolanda Couceiro Morín

10 noviembre, 2017

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