Opinión

La blandenguería del hombre occidental, el feminismo y el Islam

Hay una verdad acerca del islam que es completamente ignorada por los occidentales, por lo alejada que está de nuestra visión del mundo. Cada cultura, cada sociedad, se construye y vive alrededor de una idea central que la define. La Europa de la edad Media, por ejemplo, se edificó sobre la base del cristianismo y el papado. Hoy, Occidente tiene como base el materialismo y el relativismo en todo, mientras que los valores centrales del islam son la conquista, la humillación y la sumisión de los pueblos a mayor gloria de Alá. Esto plantea problemas de convivencia insolubles.

Si actualmente el «valor supremo» en Occidente es la tasa de crecimiento del PNB, está claro que no hallaremos a nadie dispuesto a sacrificarse y a morir por una tasa de crecimiento del 3% antes que por una del 1,5%. En cambio, en el islam, morir por Alá otorga el estatus de mártir, garantiza la entrada en el paraíso (con sus 72 vírgenes), un éxtasis eterno, ríos de leche y miel y esas cosas… Esas promesas presentan un poder de atracción tremendo para estos jóvenes machos atiborrados de testosterona hasta las cejas y que sin embargo tienen prohibido (o extremadamente dificultado) el contacto con las mujeres, a menos que se trate de «putas» occidentales, o sea todas las mujeres europeas cristianas, de ahí las epidemias de violaciones que se viven actualmente en las ciudades europeas, como si fueran un elemento más del folclore local. En cambio, entre los occidentales no es precisamente el nivel de testosterona lo que está alto, sino un grado de cretinización y desvirilización cada día mayor.

Lo que tira hacia abajo la virilidad de los occidentales y su actitud de machos es la consecuencia directa e inevitable de décadas de falso feminismo, y es el resultado del valor central que no incita precisamente a sacrificarse: la tasa de crecimiento…

La molicie, la blandenguería, tanto moral como física, de los hombres occidentales en general, su carencia de ideales y propósitos nobles y elevados, su egoísmo y su inconsecuencia, su acendrado materialismo y su escasa vida espiritual, no lo predisponen al esfuerzo, al sacrificio o a asumir riesgos que pondrían en peligro su comodidad, su bienestar, por no hablar ya de su seguridad o de su propia vida. Enfrente no hay nada de todo eso. En ese lado del conflicto tenemos hordas de jóvenes sobrexcitados, seguros de ellos mismos, convencidos de su superioridad sobre los infieles que somos a sus ojos todos los occidentales, persuadidos de sus derechos a quitarnos todo lo que quieran.

«¡Alá es grande y confunde a nuestros enemigos!», piensan, y no les falta razón a todos estos inmigrantes, que han dejado atrás su miserable condición de parias en un mundo que sólo les ofrece prohibiciones y frustraciones sin solución, para convertirse, en el mismo momento que cruzan el umbral de nuestros países en orgullosos conquistadores e impiadosos dominadores de una humanidad bien comida, bien vestida, bien alojada, pero sin defensas ni moral para afrontar al enemigo. Sus toscas necesidades y sus apetitos elementales entran en nosotros como en mantequilla.

Esa verdad ignorada que los occidentales no parecen comprender es que en el espíritu del islam, todo, pero absolutamente todo está subordinado a la conquista y a a lucha por el poder (aunque fuera simbólico), a la sumisión de los infieles, a su humillación.

El porte del velo, el burkini, los rezos en las calles, las reivindicaciones cada día más frecuentes y más subidas de tono, las zonas convertidas en verdaderos guettos, las patrullas de la sharia (como en Alemania o Gran Bretaña y otros países), los disturbios callejeros cada vez más violentos y salvajes, los desembarcos repetidos días tras días de «inmigrantes» y «refugiados» que llegan gritando sus consignas de victoria y vociferando el éxito de su invasión, todo eso y más son actos que ilustran el carácter agresivo y criminal de la operación en marcha: apenas pisan tierra firme salen corriendo a tomar lo que ya les pertenece, lo que consideran suyo: nuestro país, nuestros bienes, nuestra seguridad, nuestro futuro…

Cuando hemos comprendido esto, todo se vuelve claro en el conflicto larvado (con episodios cada vez más explícitos) al cual asistimos entre los acogidos y las sociedades que los acogen, y que sólo buscan humillar, someter y dominar.

Nos escupen en la cara y decimos: «¡Ah, está lloviendo!»

Yolanda Couceiro Morin

@yolandacmorin

4 diciembre, 2017

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