Opinión

El uso cotidiano de la ordinariez

Y que podrían ser fácilmente evitables con un poco de buena voluntad. La primera la del empecinado tuteo en toda clase de establecimientos de vendedores y empleados con los clientes, tengan éstos la edad y el porte que tengan. ¿Tan difícil es de entender por parte de quienes practican esta ordinariez «familiarizante»que es una falta de consideración con personas de mayor edad, respeto y distancia en el conocimiento aunque algunos o muchos de ellos crean que se trata de un comportamiento más cariñoso y cercano? Comportamiento que donde es más frecuente es en los establecimiento  hospitalarios por parte del personal auxiliar, como si los pacientes fueran niños.

Podemos seguir con las más que generalizadas agresiones a nuestro maravilloso idioma, convertidas en populacheras costumbres. Por ejemplo  «obsequiar»a las personas amigas o cercanas al dirigirse a ellas con el «tio» o «tia» tan repetido. Y que decir del  puñetero y hasta la saciedad repetido continuamente «vale», impresentable sustituto de las mil educadas formas de mostrar acuerdo y comprensión con algo sin recurrir a semejante término cuantitativo absurdo. El uso, entre los muchos sinónimos que cada concepto ofrece, tan bonitos y hasta elegantes muchos de ellos, en nuestra lengua inigualable de los más feos y ordinario que se conocen, como, por ejemplo, la palabra «cacho», por trozo, pedazo y tantos otros, que hasta suenan fatal al oído.

Las múltiples ñoñerias con que las mujeres creen dar cariño y educar a los más pequeños y lo que consiguen, con la ausencia de rigor, es irlos convirtiendo poco a poco en intolerantes y desobedientes caprichosos insoportables. Es muy probable  que esa ñoñería sea la responsable del evidente retraso comparativo entre el niño y la niña con respecto  a la cría o cachorro de cualquier especie animal, cualquiera de ellos infinitamente más rápido en lograr la autosuficiencia para sobrevivir, en contraste con la lentitud en la prolongadísima evolución de la criatura humana. Ningún cachorro animal se atreve a contrarias al más mínimo gesto o además de sus mayores.

La suciedad y el desorden domésticos, tan fácil de evitar con sólo inculcar a niño y niñas un poco de disciplina y precisión, en lugar de tolerarles todo y continuamente. ¿Ustedes han conocido a alguien con la horrible costumbre de lanzar al aire el calzado con que llegan a casa, incapaces de llegar a sus habitaciones para cambiárselo si lo desean, en cuanto trasponen la puerta de la calle, sembrando habitaciones comunes, salones y pasillos? Pués yo sí, llevo años y años padeciéndolo por culpa de la permanente tolerancia de su mamá. ¿Tan dificil es inculcar, ir inculcando, a los más pequeños que cada objeto de uso personal, familiar o adorno tiene su lugar que debe respetarse?

Y  ¿qué decir  de las vestimentas al uso, tanto masculinas como femeninas, tan alejadas del propósito de corrección y señorío que debería informar su utilización. Hemos llegado a un punto en que, para ver alguna o algunas personas correcta o bien vestidas, hay que contemplar a los más mayores que dejaron muy atrás los sesenta y pico años de edad. Una sociedad masivamente harapienta constituye el peor exponente imaginable. Nunca he comprendido ni comprenderé la identificación masiva del radicalismo izquierdista con la zafiedad y la ordinariez por sistema en lugar de intentar corregirlas. ¿Terminarán suicidándose todos los fabricantes y comerciantes de zapatos y corbatas? Me temo que sí. En fin, para que seguir; son tantos los mal usos y costumbres  reprobables que cualquiera de ustedes podrían multiplicar estas lineas.

Manuel Monzon

9 enero, 2018

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