Opinión

El fuego moja: la disociación de la realidad y el fin de nuestra civilización

La disociación es un trastorno real que puede ser inocuo (como soñar despierto, por ejemplo) o realmente grave (una psicosis o una esquizofrenia). En muchas ocasiones no pasa de ser un simple mecanismo de defensa ante una realidad hostil, pero en muchas otras requiere un tratamiento psicológico y médico. Las características de estos trastornos disociativos, en general las podemos encontrar con una simple búsqueda en Internet, pero como a lo mejor están en un lenguaje muy técnico, podemos simplificar un poco la definición diciendo que consisten en «una alteración de las funciones integradoras de la conciencia, la identidad, la memoria y la percepción del entorno».

Esto es lo que encontramos innumerables ocasiones en nuestro entorno, pero en definitiva es que cuando hay una disputa entre dos ideas o dos entendimientos, se quiere evitar la asociación entre la realidad consciente y la forma en que se entiende esa realidad, llegando incluso a suprimirla, ignorarla o explicarla de otra manera (el clásico «hecho aislado», el «trastornado mental», etc, de nuestro día a día en la era del terrorismo importado).

Un ejemplo claro de esta disociación cognitiva de la realidad es que nos dicen que el fuego moja. Los medios y las «élites» que les pagan repiten una y otra vez que el fuego moja. En los discursos, en los púlpitos, en las conferencias, por todos lados, nos bombardean con la idea de que el fuego moja.

La experiencia de la gente normal (las personas con la percepción no alterada por una intensa exposición a la propaganda del Sistema) es que eso no es verdad: el fuego no moja, quema. Hay una disociación entre lo que se nos dice y lo que experimentamos. Se nos invita a creer que lo que está mal es nuestra percepción de la realidad: el fuego moja, porque lo dicen los medios. Si nos quemamos, es culpa nuestra por no entender al fuego, o porque es un «fuego aislado», una excepción a la regla general del «fuego que no quema» o porque no tratamos al fuego como merece, porque tenemos prejuicios contra el fuego…, pero el fuego moja, que no haya duda al respecto. Lo dicen los medios, los políticos, los intelectuales y los artistas… Quién discuta de este punto esencial merece la represión y la condena por perturbar con su disidencia ideológica, con su «discurso de odio», la servil paz del rebaño.

Hay muchos ejemplos de disociación en nuestro entorno, pero centrémonos en uno: la tolerancia hacia el islam y la aprobación de la islamización que sufre Europa es una «curiosidad» mental común a diversos colectivos. Esa disociación entre la realidad del objeto y su valoración da como resultado esa estúpida ternura hacia una cultura tan retrógrada y oscurantista propia en los miembros y «miembras» de unos colectivos que son los primeros en la lista para sufrir la consecuencias de esa islamización que aceptan con una sonrisa y hasta aplauden con entusiasmo.

Me refiero a los siguientes grupos (sin querer hacer una lista exhaustiva):

– los progresistas (defensores de la igualdad entre los sexos, los paladines de la tolerancia hacia todo tipo de sexualidad…),

– los homosexuales de izquierdas (que están destinados a ser defenestrados, degollados, crucificados, etc, por los más «entusiastas» de los musulmanes por sus prácticas aberrantes y ofensivas para Mahoma y sus seguidores…),

– las feministas radicales (que demuestran tener en realidad una vocación totalmente contraria a su discurso histérico de los derechos de la mujer, y la exaltación de la vaginocracia en definitiva…),

– los animalistas (que algún día considerarán a esta época de maltrato animal a manos locales como la Edad de Oro del respeto y el bienestar animal, comparado con lo que está trayendo y pueden acabar imponiendo por ley el islam si llegara finalmente a dominar entre nosotros…),

– los buenos católicos (cuyo gaznate está destinado a ser rebanado por el alfanje que ellos mismos les están poniendo en las manos de los nuevos invasores mahometanos…),

– otras minorías (que gozan entre nosotros de protección y de privilegios impensables en otros ámbitos culturales y religiosos) que con tal de destruir a los pueblos europeos que odian piensan que esa obra de demolición bien vale el tiro en el pie que se están pegando apoyando a quienes no deberían…, etc)

Podemos añadir, en nuestro caso, la «preferencia por el moro» frente al español de los separatistas periféricos (catalanes, vascos y otros que también sentirán pronto los efectos de su pervertida preferencia a manos de sus preferidos), y en el ámbito general europeo, la generalizada discriminación positiva a favor del inmigrante o «refugiado» frente a los nacionales de cada país.

En todos estos grupos, esa babosa ternura por el islam y las legiones de secuaces morunos que están invadiendo Europa es el resultado de una mezcla de odio y estupidez. Odio al edificio de la civilización del hombre blanco europeo, odio a su propio país y cultura, y una insuperable estupidez que les nubla el entendimiento al punto de tirar piedras a su propio tejado de esa manera tan insensata y a la postre autodestructiva. Un ejemplo de disociación de la realidad que se traduce en impulsos suicidas y que debería ser sujeto de estudio clínico.

No perdamos de vista una cosa: en este caso, no hay motivo real para vivir en una realidad disociada. No hay traumas previos ni enfermedad alguna que justifique el hecho de no querer enfrentarse a la realidad: quizás, simple y llanamente, orgullo de no querer reconocer que la realidad no es la que quieres que sea, estupidez de no saber aceptar tus propias limitaciones, odio en estado puro a tu propia cultura por considerarla represora, machista, y culpable de ser blanca, de matriz cristiana, etc.

No lamentaremos nunca todo el mal que les espera a todas estas personas y grupos. Con su pan se lo coman. Y que les aproveche cuando les llegue el momento de aterrizar en el mundo real. Abróchense los cinturones, que ya estamos iniciando el descenso.

YOLANDA COUCEIRO MORÍN

@yolandacmorin

22 febrero, 2018

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