Opinión

La lucha por la igualdad: en la unión está la fuerza

Hace 80 años la brillante abogada Clara Campoamor defendía el derecho a voto de las mujeres, en la oposición Victoria Kent, y ambas el hazmerreír de todos sus compañeros hombres que decían aquello de «dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo», o «¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?

Victoria consideraba que aquello perjudicaría a la República, que no era momento para conceder a las mujeres semejante poder, para el cual no estaban preparadas. Y es que a esta última no le faltaba razón si comprendemos su argumentación basada en la fuerte influencia de la Iglesia sobre las mujeres y como por lo tanto su voto apoyaría los partidos más conservadores llevando probablemente al fracaso de la república. La historia le dio la razón para quitársela después. En las elecciones de 1933 ganó de la coalición de partidos de derecha y tanto Campoamor como Kent perdieron sus escaños.

Lo primero que ocurrió  cuando leí sobre este acontecimiento tan relevante para la historia de los derechos de las mujeres  en España es que no tenía ni idea sobre cuál de ellas había hecho bien, y sobretodo no tenía ni idea de cuál hubiese sido mi postura si hubiese vivido dicho confortamiento. Y de ello nace este escrito, de la incertidumbre de una opinión que no acontecía, y del espacio que un sí siempre le acaba cediendo a un no. De la supremacía de la intelectualidad que a veces cegada por la utopía se queda por el camino cuando la meta es extraordinaria porque no le han enseñado a caminar en conjunto. Y es que estas dos mujeres que son emblemas de la historia y ejemplos magníficos, representan una guerra fría visceral en nuestros días que sonsaca la realidad de que perder la visión de conjunto, nos hace perder el rumbo.

Y he de decir que habiendo sido toda la vida una Kent, me encantaría ser Campoamor. Y es que considero imprescindible la solidaridad, la valentía y el coraje que empleó para empoderar a las mujeres. Clara Campoamor en aquel crucial momento abrió una brecha tan profunda para la dignidad de las mujeres, tan dolorosa para la sociedad patriarcal, tan trampa para todos aquellos hombres que se habían convencido por otros motivos que no fuesen la primera fase de la liberación de las mujeres. Aquellas mujeres a las que había empoderado probablemente no querrían votar, votarían a solicitud u obligación de su marido sin ningún criterio, no votaría, o en el peor de los casos, ni siquiera estarían agradecidas. Ni un ápice probablemente cambió la vida de muchas mujeres, consternadas distraídas y totalmente reducidas mentalmente a  que todos los platos se hayan lavado, los suelos fregado, los niños enviados al colegio y volcados al mundo. Ajenas, apartadas, como los asteriscos que sólo se leen por si acaso. Ni un ápice de la lucha aquella mujer, “pobre loca”, tildada por la mayoría, arrojaría un poco de luz sobre la vida de muchas otras, que por crianza, educación y una sumisión casi inconsciente no sabían que lo acababa de ocurrir era grandioso y sobretodo el comienzo de una largo camino  para lograr convertir a las mujeres en más que meros adjuntos de los hombres. Sólo pocas republicanas ansiosas de poder tener algo tan valioso como es una voz llorarían a lágrima viva la felicidad de algo tan simple como su condición de ciudadanas con derecho a voto. Y es que todas las anteriores,  ajenas a este éxito se hicieron poderosas y libres sin ser conscientes, y todas sus futuras generaciones heredarían dicho poder y dicha libertad, cualquiera que fuese el voto o la ideología de sus predecesoras. Porque como bien dice Clara :“La única manera de madurarse en el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella”.

El feminismo tal y como se vende, no es un feminismo inclusivo. Tiene un prototipo, muchas disyuntivas desde el ideario  principal, y el grandísimo problema de que no es unificador. No es unificador dado que las propias mujeres contribuyen más a rechazarse las unas a las otras que a sentarse a discutir sus diferencias e intentar que valgan para crear vínculos más fuertes y no derivar en pisotones faltos de dignidad. Entre tan alboroto olvidaron que el ser más o menos feminista ni siquiera es una verdad universal a la merced de su poder para atribuírsela a unas a modo de premio y quitársela a otras denigrándolas. Igual que no lo era el “estar preparadas o no estarlo”.  Entre tanto alboroto, los juicios se han antepuesto a la lucha, los cuadrados han reafirmados sus lados limitados y sobretodo los referentes han brillado por su ausencia. Y esto es así porque se ha dejado en el tiesto, que debe haber por cada 30.000 mujeres 30.000 referentes, porque lo más absolutamente maravilloso que nos ocurre como mujeres y como hombres es que seamos diferentes

Entre tanto caos, todas las mujeres nos dejamos algo importante. Y es que hoy por hoy somos nosotras, las que debemos actuar con una lista de valores que tan a menudo redactamos a los hombres y les mandamos estudiar. Que será maravilloso que todos los hombres se consideren feministas y crean en la igualdad, pero que ante todo nos debemos a nosotras mismas dichas palabras.

En primer lugar hace falta tolerancia, para aceptar que somos diferentes y que está bien que así sea. Que opinemos, vivamos, recemos, vistamos, vivamos, peinemos diferente. Que somos maravillosas en mayor en menor medida en que nosotras lo sintamos y sintamos que cabemos en un espacio y en un movimiento en el que no entramos en etiquetas de peor o mejor. Y en segundo lugar, que sólo si estamos todas podremos luchar. Porque hay tantas Kent que considerando que otras no caben en esta lucha están desperdiciando su propio talento, conocimiento y fuerzas porque volviendo a lo previamente dicho en estos momentos y en estas condiciones perder la visión de conjunto, nos hace perder el rumbo.

Todas, significa todas. España está en el momento clave para crear referentes del feminismo para las próximas generaciones. Referentes, fuertes, válidas y sobretodo reales. Las armas y herramientas para la lucha del feminismo deben adaptarse y actualizarse al largo espectro de mujeres que movilizarán el movimiento y la ideología. Y que así lo harán a lo largo de generaciones.

El empoderamiento podrán ser zapatos de tacón, desnudos, axilas y piernas sin depilar, maquillaje, cuerpos totalmente depilados, sujetadores sí o sujetadores fuera, la espiritualidad o la intelectualidad, el velo o el vestido de Cristina Pedroche,Ylenia, Madonna, Marilyn Monroe, Emma Watson. Esto significa que la imagen se alterará en exceso, habrá muchísima controversia, será una cadena rusa de críticas, pero en el momento en el que las preocupaciones de todas se hayan proyectado, se habrá ganado la primera batalla y probablemente alcanzado el punto de inflexión necesario para decir que incluso no estando de acuerdo, las mujeres van juntas de la mano. Habremos así habremos respondido la pregunta :«Dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo», o «¿qué ocurrirá cuando sean 50 las que actúen?”. Ocurrirán cosas maravillosas.

Noor Ammar Lamarty

 

22 febrero, 2018

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