Opinión

¿Seremos capaces de superar el odio sembrado en nuestra sociedad?

Es de asombrar el contraste existente en la España de hoy entre la paz y el aparente bienestar que se respira en las calles y ambientes de nuestra nación frente a la crispación de que hacen gala continuamente los políticos del país. Es lamentable el ensimismamiento en que se ha sumergido a los españoles con problemas muy internos y como de vecindario mal avenido, lo que ha desembocado en que España sea objeto de la atención internacional  muy pocas veces, salvo en las secciones de sucesos y sobre todo las deportivas.
Nos hemos, o nos han, convertido en incapaces de admirar y envidiar el acuerdo alcanzado en Alemania para recuperar la gran coalición entre los dos grandes Partidos de allá, la cristiano demócrata CDU y el socialdemócrata SPD, que a pesar de sus naturales y lógicas diferencias saben poner por encima los intereses de la nación y la ciudadanía. La histeria de nuestros políticos hace imposible que los españoles seamos capaces de superar los odios, rencores y «antis», en general, que nuestros gobernantes y los aspirantes a serlo en sembrado en la sociedad.
Aquí sólo nos dedicamos, hemos terminado por dedicarnos en exclusiva a convertir el pasado en arma arrojadiza de odio, en forma de derribo o pretendido derribo de estatuas erigidas en honor de éste o aquel etiquetado como «contrario». La última víctima en bronce ha sido Antonio López en Barcelona, el Marqués de Comillas que, aparte de sus actividades empresariales, entre las que se encontraba el generoso transporte de tropas y medios a ultramar durante la guerra de Cuba, cometió el «terrible delito» de dirigir el desagravio ciudadano a la figura del Rey Alfonso XII, en 1877, por la pitada recibida, tras una cena de gala en la Generalitat, en la Plaza de Sant Jaume por parte de republicanos catalanes allí concentrados. Ya está uno de los títulos de nobleza más reconocidos como benefactor de la sociedad en el limbo de los famosos hasta ahora inmortalizados en bronce en trance de derribo, condena y olvido.
Un piélago de odios y rencores que se identifica en medios políticos españoles como «activismo», siempre contra «los otros» y nunca a favor de nada. Aquí ,como dije antes, prima el «anti» sobre el «pro» lo que sea. El laicismo  implantado por encima de nuestra historia y tradición católicas, no es tal sino ateísmo beligerante y agresivo. El pacifismo no es sentimiento de paz sino siembra de rechazo y odio contra lo militar. La justa lucha contra las desigualdades se ve superada por la furia contra el imprescindible estamento empresarial, bajo el «slogan» de anticapitalismo, personalizado cuanto más en los mayores triunfadores. Un auténtico asco, que nos lleva a vivir y recordar el pasado de forma sectaria y como instrumento manipulado de odio a los «contrarios». De todo ello es maldito ejemplo la «ley de memoria histórica» que mejor debería ser adjetivada histérica.
Manuel Monzon
9 marzo, 2018

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