Opinión

La última entrevista a Mariano Ospina, el hombre que susurraba la paz

Por razones de amistad familiar y de pura suerte tuve el privilegio de ser el último periodista en entrevistar a Mariano Ospina. Fue en Madrid, hará medio año, en una mañana agradable con el calor del verano aún castigando en sus últimos estertores, pero con una caprichosa y ligera brisa extrañamente refrescante corriendo de racha en racha, de estancia en estancia. En realidad mantuvimos una larga conversación sobre la política, la paz y la cultura. Son todas palabras mayores, pero son las únicas sobre las que puede bascular el discurso de los hombres de pensamiento vasto y profundo. Y Ospina era uno de esos.

No me llamó la atención tanto el fondo de su mensaje -armado, trenzado y sabio- como la forma: la mesura, la templanza, la elegancia persuasiva no sólo en el verbo sino en la mirada íntegra y los ademanes naturales. Fue muy difícil llevarle de un tema a otro (de su vida, de su obra, de su país) sin que de manera siempre motivada arrastrase hasta el primer plano de sus respuestas el que tal vez era a su juicio el concepto definitivo: libertad.

Mariano Ospina era esencialmente un pensador. Rotundamente previsible en algunas de sus propuestas y sus ideas; deliciosamente imprevisible en otras. En extremo idealista en muchas de sus formulaciones; pero en cambio mordazmente realista en otras. Una persona llena de matices y de ilusión, aunque sólo de aquella que encuentra la esperanza y la posibilidad material de transformarse en realidad.

No hay populismo que no traiga totalitarismo. Y no hay totalitarismo que no viva del populismo. Tal vez fue una de las vigas maestras (colocada en paralelo una y otra vez) de aquella charla de carácter eminentemente periodístico que algún día verá la luz si así lo quiere su familia.

Detrás de la inteligencia del ser humano queda algo todavía más insondable y misterioso: su bondad. Y a este colombiano amante de España, más allá de sus ocupaciones de diputado o senador o diplomático o gerente de relevantes instituciones internacionales se le intuía una vocación de servir, una preocupación por los seres más desfavorecidos y vulnerables; pero por encima de todo, un amor al prójimo instituido en virtud, trascendiendo cualquier ideología. Descanse en Paz.

Alfonso Merlos

15 marzo, 2018

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