Opinión

El castellano como última identidad

De un tiempo a esta parte se pretende que los niños españoles principien a aprender una lengua extranjera a los seis años; a entenderla y hablarla. Seguramente es una idea brillante y habría que apostar por ella sin reservas. Pero luego, ahondando en la cultura, está Juan Ramón Jiménez. Y Heidegger. Y Ortega y Gasset, entre otros. Juan Ramón siempre sostuvo que no hay más que una lengua, la materna, y que la resonancia, profundidad y perfume que tiene cada palabra en español, para un español, no la va a tener nunca otra palabra, el sustitutivo extranjero. Porque el idioma no sólo dice lo que dice, sino lo que suena.

En la lengua materna y madre muchas veces tiene más profundidad y elocuencia el sonido que el sentido. De ahí esa duda  que surge ante el creciente entusiasmo por los idiomas extranjeros ya desde la más tierna infancia. Es lo que Borges llamaría una cultura de conserje de hotel. Decía Ortega y Gasset que para hablar una lengua extranjera hay que empezar por volverse un poco imbécil. Miren, los turistas hablan siempre como niños y ante un monumento sólo dicen tópicos, aún cuando haya una eminencia entre ellos. Usar otro idioma que el propio es siempre un empobrecimiento, y no sólo a efectos creadores.

Están bien los idiomas internacionales para hacer política y finanzas, para viajar, pero tampoco es necesario empezar a los seis años, cuando la lengua materna va tomando en el niño figura y cuerpo, dibujo y eco. Borrarle todo esto es como borrarle la cara, impersonalizarle. Heidegger explica que el idioma es el ser, que la lengua es la casa del ser. La vuelta a las Humanidades no es para  poner a los párvulos a hablar latín, y mucho menos inglés, sino sumergirles en un castellano que están olvidando porque sus padres ahora lo hablan mezclado de televisión, cursos de idiomas acelerados y otras amenidades.

El idioma es la última identidad que nos queda, perdida el alma y el pasaporte. La experiencia de muchos escritores nos enseña que el hombre consiste en lo que habla, que toda su vida se le incorpora cuando torna a la lengua madre. Insistir en las lenguas extranjeras habilita a un hombre para viajar y hacer negocios, pero “el negocio del alma”, como decían los místicos, puede que lo haya perdido entre dos aeropuertos.

Por Marisa Arcas

@marisaarcas

21 mayo, 2018

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