Son una plaga. Son un peligro público. Aparecen de cuando en cuando. Han aprendido lo peor de la dictadura cubana y de la chavista. Son depredadores de la libertad de información y opinión. Ejercen el matonismo sin tapujos, sin reservas, casi sin tregua. Con frecuencia, con impunidad.

Son, eso, los matones de Podemos. Auténticos esbirros. Operan masivamente en las redes sociales, actúan según la táctica de la guerra de guerrillas, en red, y con frecuencia aferrados a un peligroso criterio para difundir sus mensajes: el del analfabetismo cultural, borrachos de ignorancia pero llenos de odio.

Lo peor son precisamente sus mensajes. El estilo. Ante las críticas generalizadas y fundadas a las ocurrencias o las astracanadas de los dirigentes de Podemos (verbigracia: Carmena y su Cabalgata de las Tortugas Ninja) reaccionan con la insidia, la calumnia, la difamación. Desbordan los límites de la libertad de expresión porque no creen en ella: son liberticidas, incitan a la violencia.

¿Qué hacer ante semejantes tarados con vocación de delinquir? Las fuerzas de seguridad del Estado tienen mucho trabajo por delante. Porque estos facinerosos que se ocultan cobardemente bajo ridículos ‘alias’ son una amenaza para los españoles que, a diferencia de estos sujetos, no están tarados.