Opinión

Lección de una muerte injusta

La muerte repatea, corta y constriñe. Futuro perdido, ilusión rota. Vuelve como el asesino que siempre vuelve al lugar del crimen, a nosotros, entre nosotros. Se nos adhiere a la piel de mil y una maneras diferentes, se alimenta de nuestra vida como inmortales, nos marca una fecha invisible y nos deja vivir ilusos lejos de ella, pero con ella. Y un día de cualquier manera, una mañana como otra cualquiera, saluda. Y sin querer, pero queriendo, sin ni siquiera llevarse a nadie de  primeras, sin ni siquiera darnos la desgracia, y ya sólo con el drama nos rompe, nos revienta, nos rebana, nos resiente, y sobretodo nos une.

Como mueve la muerte, como nos hace perder el sentido de lo superficial e innecesario y nos lleva a ser conscientes de lo que importa, porque pocas cosas importan mucho. Como cobran corazón muchos de los que nunca parecieron tener, como se preocupa el que nunca lo hacía, como cuida el que no sabía, como vive el que sólo sobrevivía. Y que diferente es la fe cuando vivimos de cerca la muerte, que débiles e infundados nos hace, y cómo cualquier cielo nos vale con tal de hallar un atisbo de esperanza en él.

Cuánta ilusión alberga la sala de espera de una clínica oncológica, cuantas lágrimas nos tragamos cuando vemos la muerte cobrarse el cuerpo de alguien a quien queremos, cuanto lloramos cuando vemos a alguien extinguirse poco a poco en sí mismo porque vive con una enfermedad que pende del hilo del “no podemos prometerles nada”.

Cuanto dolor alberga el caso del “pececito”, y sin embargo con que benevolencia esos padres perdonan la ansiedad de un asesinato a sangre fría. Como nos lleva la muerte a nuestro ser más profundo y nos obliga a soltar perdonando, o amarrar el dolor eterno acompañado de odio y rencor.

Cómo duele una Laura, una Diana, que nos recuerdan el miedo que nos da salir, a bailar, a comprar, a correr a caminar, a reír, a bailar o a vivir. Y hace que retumbe la mujer más miedosa que llevamos dentro, porque aun queremos vivir, porque aún queremos bailar, porque aún queremos correr, aun queremos sentir que estamos vivas.

Cómo duele que duela, que nos levante a todos y nos de el mayor bofetón de realidad una muerte injusta.

Y sobre todo, que injusto que mueras tú Julen, tú o los miles de niños que yacen muertos en conflictos bélicos, zonas conflictivas o como tú, en accidentes.

Vosotros, que sois niños.

Que os estamos dejando un mundo de mierda.

No es sólo una desgracia, no es solo un drama. Es una putada.

En este mundo en el que vivimos, cualquier día podemos salir y por infortunios, nunca volver. Viajar y no hacer el camino de vuelta a casa. Sencillamente cruzarnos en el momento menos indicado con el sitio más incorrecto. Cumplir años felizmente mientras ese día un cáncer crece en nuestro cuerpo.

La muerte es una putada porque no entiende de sexo, de edad, de momento ni de tiempos.

Por eso cada minuto importa tanto, por eso mientras la vida sólo sea puta y no se convierta en una putada tenemos la obligación de saber vivirla.

Porque a veces, no podemos evitar que ocurra.

A veces, no es evitable.

No sabemos cuántas putadas nos tocarán, viviremos de cerca o lograremos esquivar.

Sólo tenemos lo que nos pase ahora, el hoy es muy corto, y el “y si” muy largo.

Hagámoslo bien, hagámoslo mejor, por todos los que  ya no pueden hacerlo.

28 enero, 2019

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *