Opinión

Pequeños hombres sometiendo a una gran nación

Las circunstancias que estos días se están dando tendentes a la ruptura de Cataluña con España no son flor de un día. Se trata de un proceso iniciado en el año 1978 materializado en una exigencia: la inclusión en el texto constitucional de la palabra “nacionalidades” por parte de la minoría catalana (la misma que hoy se encuentra en el ojo del huracán judicial), so pena de romper el llamado consenso constitucional. Del mismo modo se borró de un plumazo, en aquel anteproyecto, el término “nación” para referirse a España, incluido más tarde en el texto definitivo a instancias del gobierno cediendo a las presiones de la cúpula militar de aquel tiempo. Ese fue el trueque: te pongo nacionalidades pero metemos nación. A todas luces un contrasentido, un absurdo, un despropósito y seguramente una necedad no exenta de la perversidad de quien actúa de forma sibilina, pues como sabemos el asunto no quedó ahí.

Corremos hoy como pollos sin cabeza y rasgándonos las vestiduras, pues pareciera que esto nos ha llegado por sorpresa, cuando se trata de una comida de complicada digestión, cocinada a fuego lento y respecto de la cual todos los partidos han obtenido réditos políticos.

El 15 de enero de 1978, Julián Marías publicaba un artículo –Nación y “nacionalidades”- cuya lectura recomiendo muy encarecidamente para saber de lo que estamos hablando. En él, su autor denuncia expresamente: “el anteproyecto de Constitución recién elaborado arroja por la borda, sin pestañear, la denominación cinco veces centenaria de nuestro país”. Ningún régimen o forma de gobierno hasta entonces tuvo la osadía de hacer saltar por los aires la nación española, cuyo origen data de 1474, no existiendo antes que España ninguna otra nación en Europa.

Sólo se debía producir el momento adecuado en el que existieran las coyunturas (vocablo que tanto gusta a nuestros políticos) óptimas para sacar al monstruo de su guarida: gobierno central débil, una generación de ciudadanos que hubiera crecido en el adoctrinamiento dirigido al fin y compatriotas que ignoraran de dónde vienen, capaces de entregar historia, principios y tradiciones a cambio de cualquier baratija.

Defender la Constitución es defender la cesión primigenia que ha dado lugar al momento actual. Por ello no confío en que quiénes originaron el problema puedan, si es que quieren, solucionarlo amparándose en el descafeinado texto. El niño malcriado se ha hecho mayor y el padre ya sólo es un pobre anciano consentidor y moribundo que únicamente alcanza, si acaso, a esquivar los golpes hasta su derrumbe definitivo.

@nandozt

Blog Detalles Originales

12 enero, 2016

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