Es harto complicado diseñar y ejecutar un Plan Hidrológico Nacional merecedor de tal nombre cuando una parte de la izquierda piensa que España es una nación discutida y discutible, y otro grupo nutrido de antisistemas y separatistas se entregan cada día al ejercicio de dejar hecho jirones nuestro gran país. Y aún así, es de una ignorancia sobresaliente despreciar el valor del agua como recurso que nos une, o que debería.
En el actual escenario de incertidumbre política, y con gobiernos autonómicos socialistas como el de Castilla La Mancha concentrados en el debilitamiento del adversario, una obra fundamental y vertebradora como el Trasvase Tajo-Segura está en riesgo.
Lo está, a pesar de que resulta vital para el abastecimiento y el regadío del suresde de España (Murcia, Alicante y Almería).
Lo está, a pesar de que la desaparición del mismo supondría un auténtico cataclismo, al desaparecer sus dos principales fuentes de recursos económicos: la agricultura de regadío y el turismo.
Lo está, a pesar de que su liquidación representaría la extinción cuasi-inmediata de miles y miles de puestos de trabajo.
Lo está, a pesar de que su derogación implicaría una desertificación del territorio ya irrecuperable.
Quizá España haya llegado a este punto de estancamiento, de indecisión, de riesgo flotando en el ambiente y a diversos niveles por la ausencia de políticos con visión de Estado. Y, sin embargo, deberíamos los ciudadanos hacerles ver a nuestros dirigentes que los recursos del territorio, solidariamente, nos pertenecen a todos y por todos deben ser explotados, aprovechados y disfrutados. Todavía no es tarde.
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