Madrid, Opinión

La ancianidad es un naufragio

Decía el inmortal dramaturgo francés Sacha Guitry que «la ancianidad es un naufragio», y no le faltaba razón. La prolongación de la vida, sin calidad por causas de todas clases, es un error más que un progreso. Naturalmente el motivo fundamental del deterioro que conlleva la edad avanzada es, en la mayoría de los casos, la disminución de las facultades mentales, físicas, motoras, o todas al mismo tiempo.

Pero no es eso lo peor del naufragio, ya que no deja de ser natural. Lo peor, con mucho, se produce cuando esa ancianidad se alcanza en buenas, e incluso en casos puntuales hasta en magnificas condiciones físicas, mentales y motoras. Es entonces cuando hay que soportar toda clase de desprecios, abandonos, soledades, groserías, silencios e inactividad obligada.

Si eres un emérito útil, hasta excepcionalmente útil, puedes esperar una cierta prorroga de utilización, actividad y trabajo, pero nunca, por bien que te encuentres, más allá del fin de los 60 años. Más tarde se prescinde de tus servicios con el menosprecio del silencio y la ausencia de la menor explicación, incluso aunque el público beneficiario de tu actividad te añore y reclame con insistencia. La ancianidad no tiene derecho más que a comportamientos que oscilan entre la indiferencia y la grosería del silencio. 

Si se trata de la parcela de la salud, con el deterioro propio de los años, no puedes esperar más que el interminable peloteo de médico en médico, de prueba en prueba y de maquina en maquina, con sus correspondientes esperas y frialdades de trato y abandono por parte de muchos profesionales y de quienes, cercanos en lo familiar o en la amistad, deberían acompañarte en el calvario medico/anciano.

Y ya no digamos lo que tantísimas veces sucede en el deteriorado, egoísta y en muchas ocasiones canalla ámbito familiar. Lejos, lejísimos, del respeto oriental por los mayores, («cuando muere un anciano es como si ardiera una biblioteca», dicen los admirables chinos), lo que practica este socialmente repugnante Occidente con los ancianos es el desprecio, como si de idiotas se tratara, el abandono y, en el mejor de los casos, el internamiento en esas horribles residencias/cárcel tan al uso. Y sobre todo cuando a eso se une el abuso y el desvalijamiento, por parte de los familiares y allegados, de los pocos o muchos bienes materiales que al anciano puedan quedar.

Se impone el «comando eutanásico» decidido por sorpresa, y en condiciones extremas, por instancias oficiales serias y discretas, para que, sin daño, y conocimiento previo del interesado_ bien hecho, vamos_ se evite al anciano de hoy soportar la inatención, el abandono y sobre todo el horror de la soledad y la inutilidad.

29 marzo, 2016

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