Editorial, Madrid

La caída de Soria: cuando mentir es peor que robar

Ni es un político ni un dirigente cualquiera. Es (era) un ministro del gobierno de España. Y en toda lógica, el foco que debía soportar sobre sus acciones y sus declaraciones era infinitamente superior al que podría haber soportado otro político, otro dirigente, no digamos un ciudadano cualquiera.

La dimisión de Soria era la única salida ya posible. Se ha perdido en un laberinto de explicaciones. Ha terminado devorado por sus medias verdades, transformadas en medias mentiras o mentiras completas.

Podía asumirse que un personaje de su trayectoria no recordase si había estampado tal o cual firma en tales o cuales papeles hace veinte o treinta años, cuando ni se dedicaba a la actualidad política. Pero la información más reciente y relativa al paraíso de Jersey ha revelado lo que era algo más que una aceptable falta de memoria.

No está probado que el señor Soria haya robado ni se haya corrompido ni haya defraudado y, aún así, su dimisión era obligada. En política hay pocas cosas peores que la mentira. Contra el presidente Bill Clinton, el Congreso de Estados Unidos no inició un proceso de destitución por haber mantenido relaciones sexuales con la becaria Mónica Lewinsky en el Despacho Oval. Lo inició porque había engañado a sus compatriotas.

En el fondo, es el mismo caso. No es concebible que alguien que se sienta en el Consejo de Ministros diga lo contrario a lo que piensa o sabe con voluntad de engañar. Y Soria lo había hecho.

15 abril, 2016

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *