Madrid, Opinión

Maquillar a los políticos y pintar a los muertos

La tanatopraxia es esa obra artesana que instruye en el arte de pintar los muertos para que se muestren más sociales en el velatorio. En España, ya hay escuelas de tanatopraxia.

“Modificamos el rictus y la lividez de tal manera que el muerto parece estar dormido”, dicen estos artistas maquilladores. Pero, sinceramente, un muerto sin rictus es un gilipuertas, un don nadie, un simpático que cae gordo.

El invento es norteamericano, claro. Como vivimos la cultura del Imperio, sólo el sobrio catolicismo español ha podido impedir hasta hace poco que aquí se maquille al difunto como si fuese a salir en un programa de Tele 5. Esa ilusión majadera de los yanquis, que niega la muerte, nos ha traído la moda de barnizar y alicatar al finado siquiera para que sonría a las visitas.

Pero hay otros muertos, los muertos políticos, los muertos vivientes, que se pintan solos, y no meramente para robar, como diría mi abuela, “ese se pinta solo”, sino para aparentar y dar la jeta frente a las víboras de la prensa. Don Mario Conde se pintaba de adalid, de líder «joseantoniano» que esperaba la derecha, para terminar en el trullo. El señor Roldán se pintaba de tricornio, que los picos tienen un respeto, para ir a mentir donde hiciera falta. Don Pedro Sánchez se pinta de alternativa y es capaz de vender a su padre para llegar a la Moncloa. El etarra Otegi se pinta de bueno y se echa pachulí para disimular su hedor a asesino. Todos ellos son grandes muertos pintados, muertos políticos que todavía se pasean, gracias a la tanatopraxia, por la vida nacional, por los periódicos, la televisión, los juzgados y la cuatricomía.

La costumbre de pintar a los fiambres viene de Egipto, que sepamos, sólo que aquéllo era ritual y los yanquis lo han hecho industrial. Pero España siempre ha practicado la tanatopraxia en vivo con sus políticos villanos, con sus pudientes odiados y temidos, con sus alcaldes prevaricadores, con sus reyes infieles. Los del partido, los de palacio, los del reparto, los cuatro amiguetes de turno siempre están ahí para maquillarle de honesto, para darle color al difunto, para pintarle una sonrisa de feriante. La sonrisa del coletas, Pablo Iglesias, últimamente, parece pintada. Aunque ya ni sonríe. Más que una democracia, esto es ya una tanatopraxia.

@marisaarcas

24 abril, 2016

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