La televisión se hace eco de la venta de las propiedades de Rosario Porto: su piso en el centro de Santiago de Compostela, la casa de Arosa y la finca y chalet donde tuvo lugar el execrable crimen de una menor, Asunta. Todo el contexto que rodea a dichos lugares va inseparablemente unido a una connotación psicológica negativa y siempre se asociará al escenario y hábitat de los autores de un asesinato.

La Galicia mágica y ancestral tiene muy interiorizada la presencia de espíritus que siguen viviendo en un lugar, nunca se han ido. El chalet de Teo ya estaba a la venta tiempo atrás en una etapa en que Rosario había roto con un matrimonio infeliz y empezaba a disfrutar el amor o acaso la aventura sin la figura de autoridad de sus padres. Lo material que nos recuerda hechos vividos nos recordará y perseguirá hasta que se rompa, se borre, y la vida comenzará de nuevo en el kilometro cero.

La cárcel será positiva para Porto ya que superará su ansiedad a golpe de frustraciones y supervivencia. Una pobre niña rica que olvidará la definición de su madre como encantadoramente odiosa y en algún momento pensará que si ella estuviese nada sucedería igual.

Presa de una educación autoritaria, presa de un matrimonio sin el componente de deseo de su pareja hacia ella, y presa de los barrotes de una cárcel como culpable de asesinato. De criarse entre algodones a mezclarse con lo que denominaba el hampa de la sociedad. De la prepotencia en su personalidad a la humildad en principio impuesta y después asimilada. De las aventuras de sexo sin amor a la aventura de la cárcel.

Nada extraño si se enamorase en la cárcel buscando un aliado sentimental e ideador de planes conjuntos futuros. La vida se tornará de otro cariz de un sentido hasta ahora inusual, insospechado. Su inmadurez infantil se tornará en fortaleza, escudo protector, coraza frente a la adversidad. Desprenderse de lo que le recuerde un espacio, un lugar, un crimen y un horror de una vida pasada.