Madrid, Opinión

No al «café para todos»

Ahora que ya se avecinan otra vez elecciones generales, alguno o algunos políticos podrían jugar a decirnos la auténtica verdad de lo que nos pasa, y buscar que los electores depositen en las urnas un voto responsable, acorde con los intereses de España y los españoles,
y no al servicio del » ANTI » de un lado y de otro.

Voto responsable no es pronunciarse contra lo que no compartimos, tememos o incluso odiamos, es más bien decir sí a lo que creemos más que a lo que deseamos. Pero…. ¿en qué podemos y debemos creer hoy, en esta sociedad que ha confundido laicismo con odio a todo lo que significa soporte espiritual y moral del conjunto social (Dios Patria, familia, fueros y honor )?

Atrévase algunos de estos «liderillos» (que tampoco lideran) a decir la verdad de nuestra interdependencia continental europea y que el esfuerzo fiscal de los españoles no puede sostener el llamado Estado de las Autonomías. Ese es nuestro cáncer socio/político/económico, imaginado por cuatro utopistas qué, al socaire de la ignorancia de Adolfo Suárez, quisieron hacernos creer que el «café para todos» de crear y conceder autonomías impensables e impensadas a todos los territorios españoles iba a terminar para siempre con la singularidad separatista y egoísta de vascos y catalanes. Nada más erróneo.

Lo único que se ha conseguido ha sido desunir a los españoles más que nunca y fomentar los odios y las envidias a los más favorecidos, que cada día lo son más, frente a los que, desde la nada, quisieran ahora estar al mismo nivel de los nacionalismos históricos. Y encima, este avance hacia el desastre de la desunión y de la disgregación nos cuesta unos dinerales que de forma evidente no nos podemos permitir. Que alguien, alguno, tenga el valor de decir que la primera reforma que tendría que hacerse fuera la de someter a referéndum si los españoles quieren mantener o no ese desastroso Estado de las Autonomías.

Hemos olvidado que el gran logro de la edad contemporánea, tras la Revolución Francesa de 1789 y el fantástico instinto de Napoleón, fue acabar con los particularismos y singularidades territoriales que habían venido torpedeando las unidades nacionales. Nosotros, estúpidamente, hemos hecho lo contrario ante el asombro del mundo, de ese mundo en el que nadie va diciendo que es de este o aquel «territorio chico», sino sólo que pertenecen a las grandes naciones americana, alemana, francesa, etc y todos cuantos tienen y están orgullosos de tener nación/patria por encima de los pequeños orígenes de cada uno, respetables, pero no definitorios de las realidades nacionales. Esa es la verdad de nuestros problemas: las autonomías y la consecuente debilidad del Estado, que jamás debió ceder las competencias de Sanidad y Educación que han generado mortales diferencias entre los españoles. 

10 mayo, 2016

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