Madrid, Opinión

¿Cómo viven nuestros Generales cuando se retiran?

Durante siglos, hace tanto tiempo que parece no haber ocurrido nunca, la sociedad reconocía respetaba y admiraba a su más alto nivel, solo por debajo de los Reyes, a los denominados príncipes de la sangre, príncipes de la Iglesia y príncipes de la Milicia. Los primeros eran, claro está, los de la nobleza histórica y hereditaria; los segundos los altos dignatarios de la Iglesia, obispos y cardenales; mientras que los terceros eran generales y almirantes del Ejercito y la Armada. Todos ellos, normalmente cargados de méritos históricos, eclesiásticos o de armas, mantenían sus rangos con dignidad porque contaban, otorgados, con los medios necesarios para ello.

Deseo que los príncipes de la sangre y los de la Iglesia estén corriendo mejor suerte material que los de la Milicia, éstos prácticamente en la miseria desde su pase a las situaciones de Reserva, con una pensión miserable también, con la que no se puede mantener la dignidad del empleo de General o Almirante. Ayunos de privilegios que jamás se le negaron en el pasado, en forma de ayudas de todas clases más que merecidas por ejemplares vidas de valor y esfuerzo.

Como dicen que para ejemplo basta una muestra, ahí va una de la que he sido protagonista. Cuando hace algunos años la Guardia Civil liberó al Sr. Ortega Lara, secuestrado por ETA durante muchísimos meses en un zulo canalla, la Benemérita intervino a los secuestradores, Bolinaga y compañía, abundante documentación sobre personajes también a secuestrar o asesinar. Entre tal documentación estaba, bien detallada, la relativa a mi persona, el General Monzón, que hasta poco antes había mandado la Policía Municipal de Madrid. Hasta ahí todo digamos «normal y habitual» en la barbarie terrorista, esa que ahora se nos quiere presentar como perdonable y olvidable, tras tanta sangre derramada y amenazada de derramar.

Pero lo gracioso, si es que puede llamarse así, es que, después de tal liberación y hallazgo de documentación, el entonces Secretario de Estado de Seguridad, Sr. Fluxa, me llamó amablemente para comunicarme tan negra información y decirme que me lo advertía para que se tomaran las oportunas medidas de seguridad con mi vehículo oficial y por parte de mis ayudantes y escoltas. Agradeciéndole la llamada le respondí con ironía que yo, General del Ejercito en la Reserva, no contaba ni con vehículo oficial, ni ayudantes, ni escoltas, ni medida de protección alguna en consonancia con mi rango, sino solo con el más absoluto olvido y abandono por parte de las Autoridades y Defensa.

Así siguen los príncipes de la Milicia de otros tiempos, desautorizados, en el olvido y el abandono, en condiciones económicas de pobreza y casi de miseria.

Manuel Monzón 

16 mayo, 2016

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