Madrid, Universidad

Denuncian las pésimas condiciones de la Complutense

«Era terrible… Les salían gusanos por la boca… ¡Gusanos de pescar!». «A los del piso de arriba, los de administración, les decíamos que no se estuvieran tan tranquilos mientras nosotros lidiábamos con los cadáveres, que los gusanos iban a subir la escalera». «En nuestro departamento lo que había era ansia de cadáveres, ansia. ¿Y por qué ese ansia? Para hacer cursos privados con ellos y sacarse su dinerito».

Las tres personas que hablan esta tarde en el despacho del abogado José Luis Vegas, en Madrid, no pueden evitar compartir de vez en cuando alguna risa y un sutil humor negro, negrísimo, desarmante. Es probable que sólo así, compartiendo esta peculiar estrategia desdramatizadora, pudieran soportar lo que durante años constituyó su trabajo: trasladar, cortar e inyectar formol en centenares de cadáveres donados para la ciencia día tras día, de sol a sol, en un tétrico sótano ubicado en la Universidad Complutense.

Lo hicieron de forma, en general, penosa. Sin medios, enfrentados a sus jefes y entre un olor nauseabundo -«que cuando se mezclaba con el del ambientador que nos obligaban a poner para que lo oliera en toda la facultad de Medicina era aún más insoportable»-. Y lo hicieron, además, poniendo en riesgo su salud y exponiéndose a la posibilidad de sufrir cáncer, como certifica un informe forense solicitado por la Fiscalía en la investigación judicial iniciada después de que EL MUNDO publicara, hace ahora dos años, que hasta 534 cadáveres donados a la ciencia se hacinaban en Anatomía II.

25 mayo, 2016

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