Editorial, Madrid, Opinión

¿Por qué lo llaman debate cuando quieren decir…?

 

Ni siquiera un lamentable espectáculo, porque de espectáculo tuvo poco. Una mezcla del NODO y la señal institucional del canal del Congreso de los Diputados. Todo demasiado previsible, demasiado aburrido, demasiado encorsetado, demasiado ordenado. Lo contrario a la naturalidad, a la espontaneidad, a la sorpresa dialéctica… que es la verdadera esencia del debate.

La esperadísima cita a 4 ha puesto de relieve que estos encuentros, duelos o como quiera que se les llame son enteramente irrelevantes. Simplemente nos dejan ante candidatos que tenemos requetevistos y requeteescuchados. Un Rajoy con un cierto aire de superioridad y algunas caídas gallegas. Un Pedro Sánchez que, erre que erre, sigue sin encontrar su sitio. Un Iglesias que salta como un resorte cuando se le toca Venezuela y que esconde bajo una piel de cordero su esqueleto comunista. Un Rivera aseado, solvente, educado y majete, con capacidad para empatizar.

Es verdad que estamos ante el ritual de la democracia o, al menos, de la campaña electoral en democracia. Pero también lo es que nada perderíamos los españoles si se nos hurtasen estos carruseles de intervenciones en los que, para más inri, hemos multiplicado hasta el número de moderadores. En román paladino, un auténtico bluff.

15 junio, 2016

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