Opinión

Eterno y genial Salvador Dalí

Consumada la irrespetuosa exhumación  de los restos de Dalí, el más genial de los pintores españoles, -hay jueces «pa to» – por la pretensión de una estafa/vidente/tarotista (todo mentira) de conseguir propaganda para su oscuro negocio, a sabiendas que de que, habiendo sido embalsamado a su muerte el cadáver del pintor, poco va a  aclarar el análisis de ADN dictaminado por el magistrado y la vidente se quedará con el beneficio de la duda y el de la propaganda. En fin dejemos esta acción, una porquería más de las muchas con las que nos obsequia la actualidad. ¿Por qué no obligó el juez, antes que la exhumación, a que esa individua se sometiera al análisis de ADN de su padre y hermano?

En fin, yo de lo que quiero hablar es de mi única y  simpática experiencia con el maravilloso Salvador Dalí, como artista, como ocurrente y genial y, sobre todo, como persona, que sabía como nadie reírse de sí mismo antes que hacerlo con  los demás. No olvidemos decir al comienzo como internacionalmente su famoso y originalisimo Cristo está considerado como una de las diez obras de arte pictóricas más importantes de la historia.

Allá por la segunda mitad de la década de los 70, en el pasado siglo, me honraba yo con la amistad y cercanía de la por entonces mejor periodista/entrevistadora española, Maria Mérida Fernández-Llamazares, conocida en aquel tiempo como la Oriana Falacci de este país nuestro, o hasta incluso mejor que ella. De sus esplendidos servicios se beneficiaron fundamentalmente La Vanguardia y la Hoja del Lunes de Barcelona.

Allá por la segunda mitad de la década de los 70 ,en el siglo pasado, claro, estando yo por la Ciudad Condal, me invitó María Mérida a acompañarla a hacer una entrevista  a Dalí, en su casa de la Costa Brava cercana a Cadaques. Naturalmente acepté encantado y allá fuimos. Nos recibió el genio en medio de su habitual escenificación, actitud,vestuario etc. Descansaba en un sofá una travesti llamada Amanda, junto al jardín  adornado con un acostado camello de madera, y mientras hablábamos en el vestíbulo, tuvo lugar la aparición de la bellísima Gala en lo alto de la escalera, con blanca clamide romana.

Y se celebró la entrevista del personaje, instalado en su representación también habitual, siendo  Gala, Amanda y yo interesados testigos. Naturalmente debo decir que Maria me había presentado, en calidad de acompañante, como el militar que soy, lo que no pareció sorprender al genial entrevistado pero que al fin del acto periodístico tuvo  su consecuencia objeto de este mini-relato.

Cuando terminó la entrevista y yo creí que nos despediríamos y nos iríamos sin más, Dalí nos rogó que esperasemos. Unos momentos después compareció TOTALMENTE CAMBIADO en fisonomía, vestuario y gestos, presentándose ante nosotros como todo un señor prudente, educadísimo  y digamos normalísimo, lejos de la «mise en scene» habitual y para el público.

Sonriente se dirigió a mi y me dijo: «Capitán, ¿desearían ustedes acompañarme al museo que me están montando en Figueras, que visito para ver como va ese  montaje  frecuentemente y de paso me honraría enseñárselo a ustedes  y hacerles algún comentario?. Ya pueden ustedes suponer que me sentí honradísimo, tanto de la oportunidad como de haber contemplado al gran señor que tenia delante,y allá fuimos, en una de las ocasiones  más señaladas de mi vida, gozando de una conversación cultísima, amena y hasta un tanto burlona por su parte. Gran señor que no tenia ningún aspecto de tener líos con  la sirvienta, como se pretende con tan irrespetuosa e inoportuna exhumación.

Mi respeto eterno, señor Dalí, por el regalo de aquellas horas.

Manuel Monzón

2 agosto, 2017

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