Cuarenta y cuatro días son muchos o pocos dependiendo para lo que se realice el cómputo. Si nos referimos al tiempo que llevamos en el limbo gubernamental pueden parecer pocos si los comparamos con los más de quinientos que Bélgica estuvo en esta situación. Pero más allá del exceso o el defecto no se prevé que la situación vaya a solucionarse de forma satisfactoria para España: gobierno socialista-radical-separatista o nuevas elecciones cuyos resultados, de no cambiar las caras de los candidatos, serían muy similares a los obtenidos el 20 de diciembre.
La semana pasada aludía a la probabilidad de entrar en un bucle infinito «El futuro de España en manos del Rey» antes de lograr que algún candidato aceptase someterse a la sesión de investidura y, por tanto, empezara a correr el tiempo para poder convocar nuevas elecciones. De este modo, Rajoy tiene bloqueado el proceso y parece que al final del día lo mantendrá de igual modo. Por su parte Pedro Sánchez mantiene que no empezará con la ronda de acercamientos hasta que no se le proponga investidura por parte del Jefe del Estado, que a su vez ha manifestado en boca de Pablo Iglesias que sólo vería lógico proponer candidato si le ofrecen unas garantías de apoyo; lo que tampoco casa con la propuesta que Felipe VI realizó al candidato popular. Uno no quiere, otro quiere pero no puede mientras el tercero espera salivando. El cuarto…el cuarto como la parrala: ya no sabemos si le gusta el vino, el aguardiente o el marrasquino.
Sea como fuere, parece que el legislador constitucional jamás se planteó la posibilidad de que, bajo el paraguas del consenso del 78, los llamados a formar gobierno encontraran alguna vez tantas dificultades para sellar acuerdos, encontrándonos en un escenario de falta de responsabilidad popular y ansias de poder socialistas, donde se anteponen intereses personales a los deseos y necesidades de los españoles. Apártense y todo se verá más claro.
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