No hay palabras. Pero tengo que buscarlas. Te mereces saber lo mucho que te he querido, te quiero y te querré. Desde aquella mañana en casa de Antonio Bañuelos en la que nos conocimos supe que eras especial. Así me lo demostraste siempre. Raquel y tú. Tú y Raquel.

El otro día hablé contigo y, como era habitual, nos reímos a carcajadas. Me tomaste el pelo. Y me repetiste todas esas cosas que quedarán para nosotros. ¡Cómo eras, Víctor! Un ser excepcional.

No me lo creo. No soy capaz de entender que no te vaya a volver a ver sonreír. Que no me vaya a sonar un mensaje en el móvil en el que aparezca tu nombre. Que no pueda volver a ponerme a tu lado para comparar nuestras alturas, o tenerte cerca para sentir tu abrazo siempre tierno, siempre cargado de cariño.

No me perdonaré en la vida que te hayas ido sin mi mensaje deseándote suerte. Nunca fallé. Y lo he hecho hoy. Cuando más lo necesitabas. No sé si hubiera cambiado tu destino, pero sí la sensación que ha quedado en mí de haberte fallado. Por eso te escribo, Víctor. Por tratar de encontrar consuelo al vacío que dejas en mí. En Pedro, Elena, Julián, Alfredo, Ana, Mario, Rocío.

Sé que lo malo no es hoy. Ni mañana. Lo malo será ver que pasan los días y que ya no estás. Un toro te ha partido el corazón. De lo grande que lo tenías, el animal tuvo espacio para ser certero. No hay consuelo. Pero dejas tantos recuerdos, que con ellos nos abrigaremos del frío que se nos deja tu ausencia.

Descansa en paz, mi niño. Y que, como escribiera Antonio D. Olano a la muerte de Yiyo, “coros de ángeles velen tu sueño”.

@empenha