Madrid, Opinión

Gestionar el declive o el futuro del heroico Rafa Nadal

Nos enseña el inmortal escritor francés Andree Maurois, en su  también inmortal obra «UN ARTE DE VIVIR», en su distribución de capítulos, «el arte de amar», «el arte de ser joven», «el arte de trabajar», etc, para terminar con la doctrina sobre el arte más difícil, EL DE ENVEJECER. A tal maravilla literario/practica le falta, a mi juicio, otro capítulo final, consecuencia de la prolongación de la vida y el consecuente alargamiento de abandono de la vida activa y profesional.

Ese capítulo podría denominarse «el arte del declive», o como gestionar gestionarlo, difícil cuando coincide con «el de envejecer», pero aun más complicado cuando se produce en etapas tempranas de la vida, como sucede, por ejemplo, con los deportistas, tantos de los cuales no saben distinguir y aceptar, acertando con el momento, cual es el final de su éxito o trayectoria triunfal.

Entre sus millones de «fans» no creo que haya habido, y siga habiendo, ninguno más enloquecidamente  seguidor fanático que yo, respecto a quien, con seguridad, debe ser respetado como el mejor deportista español  individual de todos los tiempos. Naturalmente ya habrán ustedes adivinado que me estoy refiriendo a esa extraordinaria combinación de fuerza mental y física, junto al mayor e inigualable entusiasmo, que conocemos como RAFAEL NADAL: nadie nos ha hecho disfrutar como el ni ha puesto a semejante altura el pabellón español del deporte.

Dicho lo anterior, como tenista practicante durante sesenta años de mi vida, debo señalar que entre las cualidades tenísticas del  gigantesco campeón  ha logrado ser Nadal, no ha brillado nunca en primer lugar la clase, bastante por debajo de las antes reseñadas fuerza mental, fuerza física y entusiasmo que tan lejos le han llevado.

Naturalmente la fuerza, en cualquiera de sus formas y manifestaciones, se deteriora y termina antes  que otras características más propias de la habilidad, como lo que llamamos clase, que se conserva durante más tiempo. Es precisamente esa posesión la que está permitiendo gestionar su declive de una forma envidiable a un Roger Federer, el tenista de mayor clase y estilo que ha pisado una pista, combinando su etapa «poscampeona» con la familiar, de entretenimiento y exhibición.

Yo confieso estar sufriendo al padecer el lento pero al parecer irreversible ocaso de nuestro coloso manacorí, entiendo que no bien llevado. Esa diferencia que durante su larga vida profesional le ha acompañado entre fuerza y clase está determinando un declive de Nadal a mi juicio mal gestionado. Es dura verle caer, torneo tras torneo, ante rivales que en su etapa dorada no hubieran soñado con ganarle. Y resulta más duro aun escucharle equivocadamente, llevado del entusiasmo, que su recuperación competitiva entre los mejores del ranking mundial es posible, tras la recuperación de la cadena de lesiones que ha sufrido en esta última etapa.

Y no es cierto, querido y admirado campeonísimo. Del azote de las lesiones se puede uno recuperar con  algunos años y desgaste menos, como estamos viendo, por ejemplo, con el magistral argentino Del Potro. Me temo que para Nadal ya es demasiado tarde y nada nos dolería mas a sus seguidores que verle arrastrar por las pistas, en un esfuerzo voluntarioso, su ejemplar y maravillosa trayectoria. Que consulte con los que bien le quieren y gestione su para mi inevitable declive, dirigido más bien hacia la exhibición tranquila que hacia la pretensión de recuperación competitiva triunfal.

Con todo respeto y cariño hacia el magistral y ejemplar Rafael Nadal.

 

7 diciembre, 2016

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