Madrid, Opinión

CRUELDAD INNECESARIA: ¿qué queda de la solidaridad entre españoles?

Nuestro tiempo ha venido a poner de manifiesto modernas, refinadas e ineducadas formas de crueldad para con el prójimo. Entre ellas resalta, por su sadismo intrínseco, el «arte de esquivar» de muchos poderosos para no atender peticiones o solicitudes, ofrecimientos, promesas amables o propósitos de promoción o ayuda.

Este singular y detestable comportamiento, de alguna manera inhumana, pilota la ingenuidad del crédulo e insistente peticionario por la oscura derrota de la frustración, a la decepción y el resentimiento por sentirse despreciado, desatendido y olvidado.

Y me pregunto, ¿qué necesidad de estas formas absurdas e innecesarias de crueldad, guarecidas tras el muro del silencio? La respuesta es muy clara: ninguna. Por muy ocupado que se esté en la actividad pública o privada nadie debería dejar de atender, escuchar y apoyar a aquellos a quienes se ha ofrecido en principio para resolver sus problemas y situación.

Las personas serias encuentran siempre tiempo y atención para ejercitar bondad y solidaridad. Tiempo que, por desgracia y contraste, siempre se encuentra para el ejercicio de la maldad en todas sus formas de conspiración, «apuñalamiento por la espalda», calumnia, deshonestidad y corrupción, al servicio de la desenfrenada ambición de tantos.

Nos decía a sus nietos mi abuelo Fernando, poco antes de morir, que nos compadecía porque íbamos a vivir en un mundo sin palabra. Y es que, en el fondo, todo este grosero silencio ante el necesitado es una crisis de palabra, de garantía en el cumplimiento de compromisos de acción o de  simple escucha y encuentro, voluntariamente adquiridos. De nada sirve fijar o concertar citas que se posponen semanas, meses y años, hasta el agotamiento humillado del solicitante.

De nada sirve suplicar puntualidad -la elegancia de los reyes- y mantenerse aduladoramente amable si se desea obtener, aunque tardía, las migajas del tiempo y atención del personaje. Solo la paciencia del santo Job, combinada con una fantasía moruna, puede terminar por conseguir el milagro de que algún afortunado llegue a la meta de alcanzar aquello que le ofrecieron. Lo verdaderamente útil, ante esta epidemia canalla de silencio y el menosprecio del prójimo, es la dignidad de no insistir y «mandarlos a la mierda».

Y ello cuando tan canallescas actuaciones proceden de SI pueden hacer. Digo esto porque también existe la manera de aparentar que se poseen cotas de poder mayores que las reales, que conducen muchas veces a personajillos y falsos poderosos a una generosidad verbal que no se corresponde en absoluto con la  verdad de sus posibilidades. En fin, unos y otros  hacen un  daño terrible en la sencillez media que solo podrá recuperarse con  la seriedad y el respeto a la palabra dada.

16 febrero, 2017

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