Madrid, Opinión

Por qué me alegré de la absolución de Doña Cristina

Estoy sorprendido de que la inmensa mayoría de comentarios estén condenando la absolución de Doña Cristina, afirmando en todos los casos y sin el menor respeto ni al Tribunal ni a la persona que solo ha sido por «ser vos quien sois» que la Infanta haya sido exonerada, salvo la multa impuesta por haberse beneficiado a titulo lucrativo de los delitos si reconocidos al marido.

Sobre todo las feministas se conduelen de que persona tan formada en economía como Doña Cristina se permita decir que confiaba plenamente en su esposo y nunca indagó, aun firmando documentos relativos a ellos, ni quiso/necesito saber que era lo que el marido le ponía a la firma. Esto es, se condena por el feminismo lo que habría hecho y sigue haciendo casi el cien por cien de las esposas enamoradas y confiadas en sus esposos. Nos envían el mensaje de que es un desprecio a la condición femenina hacernos creer que una mujer tan formada no se ha enterado de las trapacerías o tonterías de su marido.

Si, tonterías, porque, a mi modesto parecer, Iñaki Urdangarin es más un tontorrón que un  delincuente. Él sí que carece de la formación necesaria para calibrar hasta que punto podía constituir delito las cosas que se estaban haciendo por «listos» de su entorno, aunque sabía que se iba a beneficiar de forma dolosa. Está pues bien condenado, sea por los delitos que se le reconocen contra la Hacienda Pública, falsedad, fraude  y malversación o por ser lo suficientemente tonto como para no darse cuenta de lo que se estaba fraguando utilizándole como instrumento y pantalla.

Sin embargo tampoco les parece a los críticos antimonárquicos la cuantía de la condena impuesta a Urdangarín, la mínima que recoge el Código Penal para los delitos señalados porque no quieren enterarse de que la aplicación de los atenuantes por haber restablecido en parte el daño causado a terceros es motivo suficiente para la aplicación de condena mínima. Lo que no se entiende, al menos yo, es por qué la Fiscalía pidió, tanto para él como para su socio Torres, las penas máximas.

En fin que, aplicada la Justicia igual para todos, no satisface ni al odio ni al sectarismo la resolución de un Tribunal, compuesto por cierto por tres mujeres, precisamente por «ser vos quien sois» la persona de Doña Cristina.

No hay piedad ni respeto para el calvario que la Infanta ha tenido que sufrir durante ¡once! años, soportando insultos y ningún respeto por la presunción de inocencia, de parte del envenenado populacho y del sectarismo mediático al servicio del escándalo. De nada  ha servido la actitud correcta en todo momento de la imputada Infanta, ayuna de histerismo alguno, y permisiva de que La Real Casa la haya despojado de todos sus privilegios como miembro de la Real Familia, de su pertenencia, para sí y sus descendientes, de su puesto en el orden hereditario de la Corona, y que todo ello lo haya hecho por fidelidad y amor a su marido, delincuente, tonto o las dos cosas.

De modo que yo me alegro de la absolución de toda una señora, sean cuales fueren sus fallos en materia matrimonial. Que no es ningún secreto que los tres hijos de Don Juan Carlos y Doña Sofía se casaron muy mal, para lo que exigía la dignidad de la Familia Real y el interés de España y a las dos Infantas así de mal les ha salido, pero, ¿no dicen que el amor es ciego y que Príncipe de Asturias e Infantas tenían derecho a comportarse como cualquier otro ciudadano a la hora de casarse?

Lo que no entiendo de todo este «affaire» es porque, a la espera de sentencia y resolución del caso se le ha permitido a la pareja residir en Ginebra y ahora, sin ser firme la sentencia, nos «obsequie» el Fiscal con apremiar medidas cautelares, de rápida entrada en prisión, para evitar la fuga de los dos socios condenados. Y tampoco entiendo que el comportamiento judicial haya sido tan distinto en el caso de mi admirada Isabel Pantoja, prácticamente en la misma situación con su pareja que la Infanta con su marido.

21 febrero, 2017

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