De Física pocos se atreven a opinar (al oír la palabra, como mucho, algunos mencionan a Einstein o su famosa ecuación, convertida en uno de los iconos del siglo XX). En contraste, la Ciencia Política –aceptemos la expresión, aunque la política no pueda someterse con facilidad a métodos científicos- está todos los días en las tertulias y en la conversación de todos los ciudadanos, con o sin instrucción. Se trata de una especialidad que adquirió el rango de licenciatura universitaria con el franquismo y que, paradójicamente, se ha puesto de moda con la irrupción en el panorama político de una legión de profesores y sedicentes politólogos que se caracterizan por un antifranquismo no por anacrónico menos visceral.

Dentro de la Ciencia Política, es evidente que el concepto fundamental de nuestros días es la democracia. Las nociones que el gran público tiene de este concepto son básicas, demasiado básicas. Los amantes de la etimología y, en general, los que hicieron la EGB de Villar Palasí la caracterizan como “el gobierno del pueblo” -en oposición a la dictadura- y son capaces de vincularla con la cultura clásica griega. ¿Las nuevas generaciones? Conocen cómo funciona la democracia por su propia experiencia, pero a la hora de definirla apenas son capaces de balbucear una ristra de lugares comunes.

Giovanni Sartori intentó combatir la ignorancia sobre un concepto sin el cual no puede entenderse el mundo moderno; para ello, aceptó la oferta de desgranar sus claves en un programa de televisión que tuvo 30 emisiones, de muy pocos minutos cada una de ellas. Y, tal vez porque en Italia todo es posible si hablamos de televisión, el programa triunfó y dio lugar a una pequeña joya escrita denominada “La democracia en 30 lecciones”.

Es obvio que el especialista en esta materia puede leer un sinnúmero de obras sesudas de historia de las ideas políticas, de Historia Política, de Filosofía Política, de Economía Política, de Historia a secas, etc. Pero el ciudadano sin formación específica podrá, solo con leer este opúsculo, conocer la diferencia entre la democracia directa y la democracia representativa, o entender qué significan conceptos tales como pluralismo, libertad política, igualdad, liberalismo, socialismo, derecha o izquierda. También podrán explicarse mejor a sí mismos los problemas que genera el multiculturalismo, o las difíciles relaciones entre la democracia y el islam. Sartori ha sabido hacer un compendio de todas las cuestiones fundamentales de la Politología (perdón por el palabro), aplicando una fórmula que combina saludablemente la sencillez y la profundidad, empleando el bisturí del sentido común y de una admirable moderación y sin por ello caer –antes al contrario- en la corrección política. Y es que tienen cabida en estas páginas sorprendentes afirmaciones, como la de que, desde cierto punto de vista, Marx es un individualista que protege el coste del trabajo de cada individuo mientras que el mercado debería considerarse socialista puesto que no protege al individuo sino que lo sacrifica al interés colectivo, o la de que la democracia está en peligro porque, siendo una máquina casi perfecta, necesita de buenos maquinistas.

Para explicar la metáfora de la democracia como máquina perfecta necesitada de buenos timoneles el pensador italiano se apoya en nuestro Ortega y Gasset, concretamente en su ensayo “La rebelión de las masas”. Los maquinistas –razona- no son los políticos, sino los ciudadanos. Ellos deben evitar que la máquina se averíe, y para ello no deben caer en la tentación de convertirse en hombres-masa adocenados, debilitados e incapaces de luchar por aquellos valores que hacen que la vida merezca la pena. Valores que eran, en definitiva, los propios de la civilización occidental, y a los que dedicó su largo y fecundo magisterio. Lo echaremos de menos. Descanse en paz.