Opinión

La tragedia de morir en soledad

He perdido la cuenta de los ancianos que han fallecido en los últimos meses, no se sabe si de frío, de soledad, de abandono, de nostalgia o de miedo. Hombres y mujeres que vivían enrocados en su vida de renta antigua, ajenos a esa alocada movida inmobiliaria que brinda, reparte y estafa pisos por todas partes. Ellos estaban allí desde antes de la Guerra mientras la casa aguantaba los años y los desengaños. Los pisos viejos se maquillan con unos juegos de albañilería. Los pisos nuevos se envejecen con cuatro trastos del Rastro. Todo tiene solución menos ese piso con más balcones que sol y más relojes que horas. Es ahí donde amortecen los ancianos y ancianas españoles que están solos en la vida porque la vida les ha durado más que la biografía.

Su última relación con el mundo era la portera, que les daba palique, que les subía el pan y el periódico, porque estas gentes antiguas todavía leían el periódico. Pero luego vinieron los porteros automáticos y ya no había nadie que subiese con el pan, con la prensa y la comida para el gato. Así es como los solos se iban quedando más solos. Así es como la muerte establecía su cerco atroz e inmisericorde, sus espacios de soledad que eran una arqueología del vivir: aquí hubo un cuadro, aquí había una mesa de doce comensales, aquí había un jarrón chino. Todo se adivinaba por los espacios blancos que el tiempo iba dejando. Eran rodales despintados de la trayectoria que habían seguido los muebles según las dinastías de la casa. Pero los tíos de la cuerda lo mismo sacaban un cadáver que sacaban un piano de cola. Para esto hay que saber. Iban destrozando los muebles contra las esquinas de la escalera o las esquinas contra los muebles.

Mientras insistimos en levantar cada día una España más internacional, más rica y próspera otra España más callada y anterior desaparece en silencio. Se marcha dejándonos un reguero de muertos solitarios, desamparados, abandonados, aislados y desguarnecidos que fueron hallados casualmente por los vecinos a la hora de limpiar el polvo. No podemos hablar de justicia social y revolución inmobiliaria, no podemos presumir de atención a los ancianos y de una compañía bien repartida cuando en este país, llamado España, los viejos se mueren solos ante la indiferencia del gato.

Por Marisa Arcas

@marisaarcas

29 enero, 2018

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