En España, procediendo de una economía autárquica, cerrada al exterior, que solo presentaba una apertura notable en sectores como el del turismo y, más tibiamente, el del automóvil, pasamos de unas tasas de paro del 4-8% en los años de la transición a tasas de paro entorno al 20% desde 1985, punto en que nos movemos con el paréntesis de la era precrisis.
El crecimiento, paralelamente, se ha producido a tasas medias aproximadas del 1,5%. Curioso que una economía incipiente en el panorama global no haya crecido más considerando un punto de partida de un más que notable atraso.
A priori, podía ser entendible una primera fase inicial de crecimiento del paro en los 80 debido a la aparición de trabajadores sin colocación posible en el sector privado una vez que las políticas de nacionalización tocaron a su fin, hablo concretamente del I.N.I. como sustento constante de empresas con problemas. Pero la reconversión industrial y la mayor competencia en el mercado, teóricamente, debería haber producido una progresiva recolocación de los trabajadores en nuevas empresas y en otras en expansión. Pero no, esa mayor competencia no parece haber dado frutos ó, más plausible, no existido en su extensión deseable.
Nos hemos modernizado, cierto, pero a base de gasto público financiado vía impuestos, fondos europeos o deuda pública. Y el objeto real de todo ese gasto han sido empresas estatales, infraestructuras desaprovechadas o sectores privados subvencionados. Somos modernos pero estamos parados. Observando lo expuesto, no puede extrañar, España no ha sido un foco de atracción para la inversión, sino un país exageradamente regulado, sin reformas que permitan un libre funcionamiento de la economía, la instalación de nuevas empresas y el crecimiento de las PYMES.
Esta es la situación actual, modernos y con buenas infraestructuras, pero sin empleo. Seguimos sin reformas estructurales y ahora, además, demandamos insistir en los mismos errores.
Economista
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