Trump significa triunfador. Lo es, aunque no salga elegido Presidente, que aún está por ver.
Bill Clinton sentenció que en las elecciones los demócratas se enamoran y los republicanos se ponen en fila (fall in love-fall in line). No está ocurriendo en la actual campaña americana. Ni los demócratas se enamoran de Hillary ni los republicanos se alinean disciplinadamente con Trump.
Hay desasosiego. Trump ha logrado acabar con ello. Ha puesto diversidad y entretenimiento frente a la seriedad y el aburrimiento. Renovación. No iba en broma. Las victorias, tanto como las derrotas, tienen mucho que ver con lo personal. Lo de Trump es una victoria personal, no de partido. Ahora debe vencerse a sí mismo para vencer a Hillary Clinton. Eso debe ser cosa del partido. Es la hora de la disciplina.
Estamos a años luz del estilo estadounidense pero hay lugares comunes y ejemplos que pueden servirnos.
Aquí la izquierda se alinea disciplinadamente en cuanto ve que la derecha puede aventajarles. Disciplina ideológica. En la derecha es difícil encontrar disciplina, sobre todo cuando los candidatos no son capaces de defender sus ideas y cumplir lo prometido. Enamorar a la derecha es más fácil. Cumpliendo. ‹‹Obras son amores, que no buenas razones››.
No vence una idea sino el hombre que la transmite. La historia no debe instrumentalizarse ni interpretarse de manera visceral.
El sueño americano está basado en el esfuerzo, talento y dedicación. Todo al servicio del talento y del esfuerzo. Una apuesta exigente, muy alejada de los agitadores convertidos en líderes de ocasión que predican la desunión y la revancha.
Pero allí los candidatos a ser presidentes tienen una meta: hacer más grande a su nación. Aquí se trata de dividirla, destruirla y hacer grande a su partido. No se puede pretender dirigir a una nación a la que odias.
Es el fall in love-fall in line, pero a la española.
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