A la confluencia de los socialismos: PSOE, IU, Podemos y abanderados del independentismo y pancatalanismo —doctrina y práctica— es fácil dejarla en evidencia; y qué decir de sus dirigentes, a los que cualquiera, dispuesto a la pedagogía, saca de un plumazo los colores.

El socialismo real es redundante en sus vicios; y sus dirigentes se obstinan en seguir los pasos de sus predecesores en la II República, quizá por una fidelidad atávica o víctimas del adoctrinamiento por ellos mismos dispensados desde el origen. Y más en España, por muchas y peculiares razones.

Sin ir más lejos —que no hace falta—, el socialismo real demuestra con un rigor digno de mejor causa su habilidad para enfrentar sentimientos y para aniquilar patrimonios (salvo los propios, muy jugosos). No han de pasar años de gobierno socialista para que las cifras del desempleo aumenten en proporción directa a la destrucción de riqueza, de la confianza interior y exterior, de los emprendedores e iniciativas tendentes a generar prosperidad para la mayoría.

Qué miedo embarga a las confluencias socialistas de distintos acentos. Eso de perder el estatus de guías y salvadores de la humanidad, la bandera de benefactores de los perjudicados por la perversa liberalización de los seres y las ideas, y el no atinar con el recurso para crear una conciencia igualitarista que equipare a nivel del subsuelo a tirios y troyanos —es decir, a todos menos a los elegidos para dirigir— les trae desquiciados y a la greña asamblearia.

Para adueñarse del poder invaden calles y ocupan micrófonos y pantallas con aval mediático, y voceando su burda propaganda de quejas y reprobaciones esparcen como agua de mayo —del 1, no del 2 de mayo— sus ínfulas de salvación terrenal. Les anunciamos que eso empieza por la decencia y desengancharse del de la mentira elevada a la categoría de norma de comunicación; y es que la política sin mayúscula inicial ha traído estas cosas al desnaturalizado panorama español. A ver si aprendemos.

@luz3400

Analista política y escritora