El próximo domingo volvemos a las urnas. En la recta final de esta nueva campaña, la sensación de muchos españoles al igual que tuvo el protagonista de la película Atrapado en el tiempo, es repetir una y otra vez el día de la marmota. A nadie se le escapa que puede continuar el bloqueo político que inmoviliza España desde el pasado 20 de diciembre, abocándonos a unas terceras elecciones.
Si nos fiamos de los pronósticos de las encuestas —que no dejan de ser una orientación-desorientación en el sentido del voto— de nuevo el Partido Popular de Mariano Rajoy ganaría las elecciones. Pero al igual que en la ocasión precedente, el veto enconado de Albert Rivera hacia la figura del presidente en funciones, empeñado como está en limpiar una casa que no es la suya, pone en riesgo un posible pacto de gobierno entre ambos partidos.
Por otro lado, lo más peligroso es la subida que protagoniza la coalición de la izquierda radical representada en Unidos Podemos que puede dejar como tercera fuerza al Partido Socialista, cuyo líder, Pedro Sánchez, llevado por una ambición de poder desmedida, ha estado poniendo una vela a Dios y otra al diablo. Resulta preocupante la deriva del PSOE siguiendo los pasos del mentor Rodríguez Zapatero, al que dice pedir consejo el comunista Pablo Iglesias, que los aboca al baile de los perversos luciendo máscara y coleta que lleva alimentando hace más de un año con pactos en las principales plazas españolas, estropicios incluidos.
No hay voto del miedo como aluden algunos, es el voto de la responsabilidad contra aquellos que quieren atacar nuestro sistema de vida en libertad; es el voto contra los resentidos y frustrados, agitadores de masas dispuestos a perturbar el orden legal. En política no debería haber modas y mucho menos las que representan lo más viejo y rancio cual es el comunismo al uso.
Analista política y escritora
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