Desconocemos aún si la hasta ahora faraona andaluza Susana Díaz tiene dotes para ejercer de general de cuatro estrellas y mandar con galones en el PSOE a nivel nacional. Es verdad que, hoy por hoy, de golpe y porrazo, le ha entregado el gobierno de España a Mariano Rajoy y al Partido Popular, y ha puesto la jefatura de la oposición en manos de Pablo Iglesias y Podemos. No está mal para empezar. Y de un solo disparo. Es lo que tienen, como aseguraron en su momento unos cuantos ‘sanchistas’, los golpes más propios de sargentos chusqueros que de acreditados coroneles.

Hoy ya sabemos que a Pedro Sánchez no lo fusilaron políticamente sino por razones personales y de poder puro y duro. Es así. El resultado de la votación del Comité Federal indica que el defenestrado secretario general no era un loco solitario. Estaba muy respaldado. No sólo por la díscola Armengol o el bailón Iceta. Sumó apoyos por aquí y por allá, seguramente de quienes (convencidos o no de la alianza con Podemos y los nacionalistas) lo que no querían era ver cómo el PSOE se reducía a una “Izquierda Unida en grande”, que dice la presidenta de la Junta de Andalucía que es lo que no quiere. (¡Quién lo diría!).

Que nadie se llame a engaño. Ningún PSOE, tampoco el conocido con mucha guasa como “el de los Morancos”, está para ayudar al PP. Menos desde que el zapaterismo reabrió las trincheras de “las izquierdas” y “las derechas”, y quienes sucedieron a aquella lumbrera mantuvieron su llama viva.

A Rajoy le quedan tal vez unos meses al frente del poder ejecutivo. A Iglesias (si sobrevive a la cacería que pronto agudizarán los errejonistas) le quedan en cambio varios años como líder de la oposición. Ferraz es hoy poco más que un solar devaluado, un activo tóxico que difícilmente podría vender la SAREB y que, más difícilmente podrá colocar Díaz. Si algún día se decide a liderar de verdad, claro.