Madrid, Opinión

Preysler, la decente, reincide

Si en España no existiera ese fenómeno nacional que es la prensa del corazón, Isabel Preysler no habría pasado de vendedora de Loewe y se habría dado con un canto en sus dientecitos filipinos.

La Preysler, guapa, extranjera y decente, vino a España a hacer una buena boda, como le había mandado mamá. España es el país de los matrimonios duraderos, de los maridos trabajadores y responsables. El español es fundacional y le gusta fundar una familia o varias, sucesiva o simultáneamente, modelo Julio Iglesias, Marqués de Griñón o Miguel Boyer. Y un hombre ya entrado, hija, dicen las madres, con un porvenir hecho, que los jovencitos no conducen a nada, y menos ahora que andan con la litrona y cazando pokemons, nunca serán hombres de provecho.

La Preysler, una mujer sensata, realista, decente -¿he puesto ya decente?, que no se me pase-, siguiendo los consejos de toda madre, se buscó un marido españolazo, serio, situado, porque es una madraza y su sueño era crear un hogar estable, sólido, duradero, feliz, de modo que, como era extranjera, exótica, de buena clase y decente (que no se me pase decente), buscó, encontró un buen partido y reincidió en la materia.

La Preysler rompe el dicho de “no tener oficio ni beneficio”. Es ayuna en lo primero y próvida de lo segundo. Ahora, su nuevo novio, el Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, se queja de que este es un país de porteras. Pero que no se lamente el escritor, porque sobre esas “porteras” su enamorada ha edificado un pequeño Versalles personal, del que se beneficia matrimoniando, divorciándose, pariendo, y sin dar otro palo al agua.

Esta claro que los matrimonios de conveniencia son los buenos, hija, déjate de rockeros de esos y de jipis, que todo se lo gastan en octanos para la moto, están todo el día con el octano. Un hombre serio y situado, un directivo, lo que se merece una mujer como tú, hija, que solo quiere fundar un hogar cristiano y español.

Ese bienestar que admiran y envidian todas las maripuris de España, ese modelo de vida confortable y honesta, tan fotografiado por las revistas con sus vajillas, sus tapetitos y sus bidés, mayormente sus bidés, es el espejo, el referente, el ejemplo a seguir, la buena boda que hay que hacer, el nuevo sentido común de la nueva clase.

Y ahí sigue la Preysler, inasequible al desaliento, anunciando nuevas nupcias, siendo tan española (colonial), tan hermosa, tan hacendosa y tan decente, que no se me pase poner decente.

@marisaarcas

5 noviembre, 2016

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