Opinión

¿Cuándo España se sacudirá de sus complejos? ¡Desesperante!

Hace ya muchos años escribía el maestro López Ibor sobre el complejo de inferioridad de los españoles. ¡Qué razón tenía! No solo no amaina sino que cada día se recrudece más y más.

España y lo español retroceden de forma vergonzante y vergonzosa en camino hacia la autoextinción. Asediados desde fuera por los nacionalismos europeos más prepotentes y desde dentro por el aldeanismo separatista, los españoles aparecen confusos, resignados, con la única esperanza de desaparecer como tales españoles y despertar como europeos.

La Unión Europea convertida en meta, pero no como les sucede a los restantes europeos de «primera velocidad» -franceses, alemanes etc- que contemplan el futuro continental como una agrupación de patrias, de las que todos y cada uno se sienten orgullosos. Todos menos nosotros que esperamos ese futuro continental como una «salvación» para dejar de ser españoles.

El orgullo hispano ha desaparecido, nos lo han destrozado y nos lo hemos destrozado. Hemos llegado a esto a base de digerir humillaciones sin cuento. Se nos humilla manteniendo en el Peñón de Gibraltar, la ultima y gratuita colonia sobre suelo europeo, haciendo ondear en su cima el pabellón de una nación odiosa que se dice nuestra aliada, ahora que ha abandonado la UE; el de «la pérfida Albión». Y, ¿cómo respondemos  a semejante ofensa? Con la resignación, la indiferencia y la sumisión.

Si malo es el entreguismo /pasotismo en el contencioso gibraltareño, peor resulta actitud análoga en relación a las exigencias de autodeterminación e independencia de los nacionalismos «caseros». Silencio ante los logros increíbles y sin par en Europa, en el plano económico, foral y fiscal  de Euskadi  gracias a la bestialidad de ETA y sus herederos políticos y mediáticos que ponen a España y a los españoles como «hoja de perejil».

En el terreno del nacionalismo catalán la humillación, aparte del descarado «proces» independentista continuo y sin parar en su progreso, la humillación nos llega a los españoles de la mano de la «inmersión lingüística» y el culturalismo superiorista catalán. Que no se puede estudiar ni educarse en español en territorio catalán… pues a tragar y a irse a otro sitio  los que quieran que sus hijos se eduquen en español. Que nos sacan hasta la hijuela a cambio de nuestra tolerancia porque todavía no hayan proclamado unilateralmente la independencia… pues a seguir tragando.

Que se hacen indebidamente relaciones exteriores al margen de la diplomacia española… pues que más da. Que proliferan las enseñanzas expansionistas catalanistas incluyendo en los mapas de «els paisos catalans» los Reinos de Aragón, Murcia, Valencia y Mallorca… pues mas «trágala», no importa.

Que los nacionalismos catalán y vasco rechazan, en el mejor de los supuestos, u odian, en el peor, lo español… pues da lo mismo. Indiferencia que se concreta en ese «¿que se quieren ir? ¡Pues que se vayan!» ¡Como si España pudiera seguir siendo España sin Cataluña y el País Vasco! Y lo más chusco es que cuando se reúnen líderes  nacionales con nacionalistas todo discurre en un ambiente de gran cordialidad.

Y si es con respecto al idioma más bello y rico de la Tierra, el nuestro, el español -la humillación nos la proporcionamos nosotros mismos y desde hace siglos. Nuestra aristocracia lleva efectivamente siglos educando a sus vástagos en francés y en inglés, sin haber conseguido jamás que galos y británicos educaran a sus hijos en el más mínimo conocimiento del español. Tan nefasto ejemplo ha sido seguido por las restantes clases sociales, dispuestas a hablar sobre todo inglés, cuando la mayoría apenas ha logrado balbucear el castellano/español, mucho mejor hablado y tratado en cualquier rincón de Iberoamérica.

Nos hemos acostumbrado en suma a sentirnos cómodos en ese piélago de resignación, indignidad, humillación y sumisión respecto a nuestros vecinos y aliados e incluso con respecto a nuestros conciudadanos más díscolos y separatistas. Un telón de miseria ética y moral, en forma de complejo de inferioridad, ha caído sobre la grandiosa escena de nuestra Historia.

 

Manuel Monzón

 

12 marzo, 2017

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