Cuando la dirección de este medio me propuso que escribiera en la sección de toros, la idea principal era que, desde aquí, usted pudiera conocer la grandeza de un arte milenario. Hasta la fecha, sólo he sido una especie de Juana de Arco, reivindicando el valor de un sentir que cada mañana se levanta con nuevas noticias de ataques que sólo buscan darle la puntilla final. Pero hoy he decidido contarle una historia. Permítame la licencia porque, además, es de tinte personal.
Por san Blas no vi la cigüeña, sino un sol radiante en mi Burgos natal, en cuya Facultad de Humanidades me esperaba un tribunal académico para evaluar mi Tesis Doctoral. Como comprenderá, el día anterior lo pasé al más puro estilo torero en capilla que siente que se va a enfrentar, en unas horas, a una corrida en solitario con reses de Miura en la plaza de Las Ventas de Madrid. Todos los sinónimos que José Álvarez, Juncal, le decía a su hijo en la recordada serie de TVE de la palabra miedo, se me quedaban cortos.
Mi Tesis no ha sido sobre un tema muy común en los tiempos que corren, y ahí radicaba parte de mi miedo. Iba a hablar de toros en la Universidad. Nada más y nada menos que sobre Ignacio Sánchez Mejías, torero, escritor de artículos periodísticos y de obras teatrales, piloto de aviación, presidente de la Cruz Roja de Sevilla y del Betis, amigo de todos los intelectuales de la época y de políticos de toda condición. La faena se dio bien, y me concedieron los máximos trofeos.
Hago balance, y recuerdo las palabras de cada uno de los miembros del tribunal, felicitándome por la elección de la temática y, sobre todo, por el valor de la misma, en unos tiempos que caminan en contra de esta corriente cultural. Pues créame si le digo que me siento orgullosa de la dedicación y de la elección porque, como decía Lorca, “no existe espectáculo más culto en el mundo”.
Periodista
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