Madrid, Opinión

Delito de silencio

Hoy no profundizaré en la peste hispana. Os evitaré que nos miremos al ombligo de nuestra peor página fratricida de la Historia. Pronto tendremos nuevas elecciones para que de nuestros impuestos, tanto comunicadores políticos de la izquierda como de la derecha, puedan derrochar papel con ríos banales de tinta negra y roja. Programa, ideología, filiación, en definitiva fe a su partido como la que tienen los hinchas a los colores de un equipo. Ya se ha visto la sensibilidad de nuestros bandos políticos para pactar y negociar.

Ubiquemos por tanto la acción en la Europa del fin de la Segunda Guerra Mundial. Media Europa destrozada. Niños huérfanos, miles de judíos saliendo de los campos de refugiados, víctimas y verdugos, si así se les puede llamar a los millones de alemanes que se dejaron convencer por la propaganda del populismo. Pensemos en todas esas familias encontrándose por los caminos desolados, y mirándose a la cara, no sé sin odio y sin rencor como salió de la cárcel Mandela, pero si unidos ante un sentimiento mutuo, el del horror. Estoy seguro que en alguna de esas bifurcaciones, hubo algún que otro pan duro compartido entre enemigos.

Puede que suene a demagogia de un domingo de estómago empachado, pero es un hecho histórico que ante aquella situación las naciones europeas firmaron una Declaración, que establecía que nosotros los pueblos, prometemos evitar a las generaciones futuras, el sufrimiento de la violencia y la guerra. La Unión Europea se ha olvidado de su pasado, y está más preocupada por la moneda, las dietas, la agenda, la seguridad de sus políticos, y del cuchicheo de muchos de sus miembros que aparecen en los papeles de Panamá.

Ese es el presente de nuestra Europa política donde no sólo hay autovías y alta velocidad. También quedan caminos y veredas. De repente y sin permiso, algunos musulmanes han osado adentrarse en ellos, huyendo de lo que representa lo peor de su religión, la guerra santa y el fanatismo terrorista.

Lo demás no hace falta que os lo cuente. Muchos periodistas, y ONG lo cuentan a diario desde los campos de refugiados. Sin embargo, sí me ha llamado la atención que en esta vieja Europa tan políticamente correcta, tan agnóstica y atea, se nos ha colado en el telediario de hoy mientras reposa la paella, un anciano vestido de blanco que es el Jefe de un pequeño Estado religioso. Se oyen llantos y nos encontramos con unos ¿okupas? que lloran y se arrodillan pidiendo misericordia en vez de justicia (de momento). Don Francisco, saltándose las reglas del cupo que se organizará, abre su avión a tres parejas musulmanas con sus hijos, y ha ordenado a todas las Diócesis de Europa que ignoren a sus políticos y le imiten.

Parece que el hambre y la desesperación superan a la fe. Uno piensa por un momento que igual hay un dormitorio vacío en casa. Sin embargo, es sólo un relámpago efímero y al minuto uno se vuelve a su presente y se pasa al canal deportivo. Al menos queda la satisfacción demagógica de no ser implicado en un presunto delito de silencio. Toca siesta mientras otros viven su pesadilla. La de esas miles de familias de refugiados a los que les estamos dando un trato peor que el que le damos a un perro abandonado. A un perro europeo, claro.

Sólo queda preguntarse qué sentimiento estará incubándose en esos niños rechazados.

@jlmhens

17 abril, 2016

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