Madrid, Opinión

La degeneración de la expresión

Parece admitirse o haber de admitirse con normalidad, en estos desgraciados tiempos sin Dios, sin Patria y sin honor, que todos y cada uno puedan soltar por la boca y con sus actos toda clase de barbaridades, en forma de injurias, ofensas o irrespetuosidades, blasfemias, traiciones, rebeliones, sublevaciones, groserías y demás lindezas impunemente amparadas y dejando que se amparen en el abuso de esa degeneración que llaman libertad de expresión.

Libertad que se ha despojado de sus limites de educación, respeto y prudencia y que ha obtenido el democrático premio de no ser castigada más que, como mucho, con miserables sanciones pecuniarias, a todas luces insuficiente en proporción al daño que hacen.

Aquí una Rita, no precisamente la de la Verbena de la Paloma, se desnuda ante el Sagrario de una capilla católica en recinto universitario; allá otra impresentable recita en un acto público el Padre Nuestro de forma blasfema; más allá un loco bestial en Pamplina se dedica al sacrílego entretenimiento de robar y coleccionar hostias consagradas, simulando recibir la Sagrada Comunión, para confeccionar con ellas una burda figura sobre pederastia exhibida en una exposición publica; cuando no un loco repugnante llamado Willy Toledo se permite cagarse en la Virgen del Pilar, como otros hacen con la sufrida España que tantos insultan y ofenden con sus actos y palabras.

Por doquier proliferan centenares, miles, hasta centenares de miles, de traidores y rebeldes separatistas, haciendo ondear, al ritmo de sus mofas y alaridos callejeros siempre impunes, los símbolos de su traición a España. Y no por casualidad sino en consecuencia a como les han envenenado desde pequeñitos en escuelas y colegios que en cada estúpida Comunidad Autónoma el aún más estúpido Estado ha permitido que se maleduquen y deformen de manera muy diferente a los niños y adolescentes españoles según donde nacen y crecen. Todo por el inmenso error del Estado de haber delegado las indelegables competencias de Educación y Sanidad, que, centralizadas deberían haber permitido la igualdad estricta de educación y trato sanitario para todos los españoles en cualquier territorio de España.

Ahora, ante el triste y penoso espectáculo de cada final futbolística de la Copa del Rey año tras año, todo los memos de este País, incluidos los «juececillos» cómplices de tanto abuso tolerado como libertad de expresión, se han rasgado la vestiduras porque una española ejemplar, la Delegada del Gobierno en Madrid, Sra. Dancausa, se ha atrevido valientemente a prohibir la entrada del trapajo separatista catalán llamado «estelada» en el Estadio de Madrid, capital de España donde se ha celebrado la futbolística final, para evitar en lo posible la algarada habitual colectiva de seguidores de ese icono separatista en que han convertido al Barcelona CF, agitando ese trapo «estelado» contra España, su himno y su Rey.

Sea como se haya desarrollado el partido, mi felicitación a la Sra. Dancausa por haber intentado hacer algo eficaz contra este temporal de pasividad y omisiones que permiten el deshonor de la Patria y la desvergüenza de tanta expresión canalla.

23 mayo, 2016

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