Madrid, Opinión

“Que la muerte de mi hijo no sea en vano”

Esto es lo que desea Esther Hernánz, la madre de Víctor Barrio. Y así lo hizo saber en la iglesia de san Bartolomé de Sepúlveda (Segovia), ante el cuerpo ya sin vida de aquel a quien se la dio y por quien, durante veintinueve años, ha tenido tantos desvelos y tantas alegrías.

Ella, la madre, la mujer a la que tanto se parecía físicamente su hijo, no flaqueó. Su figura erguida fue un soplo de esperanza y fuerza, de luz entre tanta sombra. Así lo dijo y así será. La muerte de Víctor tiene que ser un punto de inflexión ante tanta falta de respeto a una profesión cargada de verdad.

¡Basta ya! No hay derecho a que las serpientes de esta sociedad sigan escupiendo veneno de manera impune. La familia taurina lleva años soportando agresiones verbales incalificables. Pero lo que está sucediendo estos días tras la muerte de Víctor Barrio está cargado de tintes macabros. No puede salir gratis alegrarse de la muerte de nadie, desearla, amenazar a la familia, perseguirla.

Tituló hace muchos años Debiles una de sus obras como “Un mundo de agoniza”. Don Miguel, desde entonces hasta ahora, sus palabras se han quedado cortas. El mundo ya no agoniza. Como no hagamos algo ya, está sentenciado a la autodestrucción.

Que entiendan los liberticidas, de una vez por todas, que sus derechos no están por encima de los nuestros. Que el respeto ha de ser mutuo. Que hay sitio para todos. Que en la diversidad está la grandiosidad de un pueblo. Que quien no nos quiera, simplemente nos rechace. Y que la justicia, de una vez por todas, sea justa con nosotros.

Por eso, Esther, la muerte de tu hijo no va a ser en balde. Se lo debemos a él. Te lo debemos a ti. Os lo debemos a todos.

@empenha

Periodista y doctora en Filología

 

15 julio, 2016

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