Opinión

La información es poder

El incremento del valor de la información surge a través de la necesidad. Desde el principio de los tiempos, el ser humano ha tenido la necesidad de comunicar en sociedad. Esto ha sido -con el paso de los siglos- lo que ha hecho que, a día de hoy, podamos entender el complejo presente en el que vivimos, habiendo aprendido del pasado, para poder enfrentarnos al futuro.
Esta necesidad por comunicar fue la que presionó las conciencias hasta el punto en que nació de manera casi milagrosa la escritura, sin la que no podríamos concebir el mundo en el que vivimos. Fue entonces cuando el ser humano pudo partir con un nuevo elemento que le permitiría procesar la información, y,  de esta manera, entender la sociedad y el modelo sobre el que se basa a día de hoy.
Elementos como los que posteriormente se inventarían fruto de la necesidad por comunicar como relato desde el principio de mi escrito, como el del telégrafo en 1746, el teléfono en 1871, o la televisión en décadas posteriores, son testigo de los beneficios que aportan a la historia del mundo actual el poder archivar y procesar información previamente reflexionada. Pero no sólo eso. Los primeros avances tecnológicos fueron sólo el punto de partido sobre el que la sociedad del momento le daba la bienvenida a un tiempo nuevo cargado de progreso e innovación.
Los medios de comunicación de masas tienen un papel fundamental en nuestras vidas. También lo tuvieron desde que se crearon en la llamada Segunda Revolución Industrial, ya que, la información, pasó de una manera muy rápida de ser lentamente procesada y, por lo tanto, fácilmente manipulable, a lo que es y como la entendemos en nuestros días: actualizada al segundo y en todos los lugares del mundo.
Estos avances han supuesto con el paso de los años un exceso de progreso. En algunos casos, ha llegado a que la información pueda volverse contradictoria y enormemente inflamable y perjudicial. La post-modernidad que invade gracias a este fenómeno a día de hoy en nuestras vidas, está provocando que las sociedades relativicen hasta sus propios orígenes. Renunciar hasta de la propia identidad puede hacer que regresemos al pasado con unas graves consecuencias.
En esto piensan y trabajan dos grandes pensadores: Manuel Castells y el filósofo Javier Gomá. Ambos son muy conscientes de los excesos del mundo actual. También lo son de la necesidad de actualización del ser humano desde que la gran Revolución tecnológica se llevara a cabo. Ante esto, el hombre sólo puede aprender y aprehender no sólo conocimientos cercanos, sino que debe y está en la obligación de estudiar y reflexionar el mundo globalizado de manera interdisciplinar. Sólo así comprenderá -si es que no lo ha hecho ya-, que una parte de la existencia se reduce al `saber´(porque el mismo sí que ocupa lugar, lejos del castizo refrán) y a su principio de `información´.
20 enero, 2017

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