Madrid

La madrileña playa de Lavapiés

Durante mucho tiempo, el barrio de Lavapiés estuvo sumido en el abandono, mudo y solo, y a finales de los 80, acabó convirtiéndose en el corazón del chabolismo vertical en Madrid, testigo palpitante de una vida pasada en torno a la corrala.

Pronto, una generación perdida de jóvenes se encontró entre las paredes del desarrapado barrio y se unió para sembrar en el vacío de sus callejones el germen de la movilización social y cultural; más tarde, llegaron las primeras olas migratorias, que pintaron de heterogeneidad las aceras de la capital. Por todo, no es de extrañar que, hoy, el barrio de Lavapiés represente la Madrid más castiza y, al mismo tiempo, la Madrid más abierta al multiculturalismo, siempre viva y con ganas de un baile al atardecer.

En un simple paseo por la Calle Argumosa –también conocida como «paseo marítimo de Lavapiés»–, esa vitalidad se siente, y más ahora, que en pleno mes de agosto la calle puede mejor que nunca hacer honor a ese sobrenombre que tan bien representa su número 9. Porque hay playa en Lavapiés, de día y de noche, y con carta para todos los gustos: ensaladas, tostas, creps y dulces postres, también cafés y tés, pero sobre todo, refrescos, licores, vinos y cerveza, mucha cerveza.

El suelo de La Playa de Lavapiés es azul y está dolido por las pisadas, como si hubiera sido arañado por la subida y la bajada de la marea; incluso, hay días en los que lo ensucia un montón de arena. El techo está cubierto por un telar de esterilla, como la más exótica de las sombrillas, y al fondo, el recuerdo del mar en otra época está pintado en la pared y colgado en un puñado de postales sin sello.

 

13 agosto, 2016

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